Casi acostumbrados ya a los vaivenes discursivos de la política local por el año electoral que corre, los chihuahuenses nos topamos en estos días con una ironía enmarcada por la historia que se va tejiendo de a poco en las páginas periodísticas: el pacto del gobernador que encabeza una marcha (una “revolución” dijo al inicio) con el gobierno al que pretende… ¿derrocar?, ¿castigar?, ¿asustar?… pero que afirma que mantendrá el diálogo.

De inmediato se me viene a la memoria la clásica expresión carrancista: “Revolución que transa es revolución perdida”, en alusión al rechazo de las condiciones que los porfiristas querían imponer en Ciudad Juárez a los revolucionarios encabezados por Madero –el bueno, no el asesor que utiliza recursos públicos para actos de campaña– en el marco de la renuncia de Díaz a la Presidencia de la república.

La páginas de historia lo registran y afirman que Carranza, que se oponía a la renuncia de Díaz porque ese solo hecho legitimaría su gobierno y falsearía el espíritu original del Plan de San Luis. respondió así a los negociadores porfiristas: “Si nosotros no aprovechamos la oportunidad de entrar en México al frente de cien mil hombres y tratamos de encauzar a la revolución por la senda de una positiva legalidad, pronto perderemos nuestro prestigio y reaccionarán los amigos de la dictadura. Las revoluciones, para triunfar de un modo definitivo, necesitan ser implacables. ¿Qué ganamos con la retirada de los señores Díaz y Corral? Quedarán sus amigos en el poder; quedará el sistema corrompido que hoy combatimos…”.

Javier Corral es partidario del pactismo (remember el peñanietista Pacto por México). El nuevo pacto implica en la contraparte la intervención del nuevo secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, un personaje que no se mueve solo, por supuesto, sino a las órdenes de su jefe Peña Nieto. De modo que en los claroscuros de este entuerto, se actúa como si la gente no supiera eso y bajo el inquietante ir y venir de declaraciones, primero incendiarias contra la federación, y luego endulzadas en favor del interlocutor de la acera de enfrente.

“Lo repito –dijo Carranza–: ¡la revolución que transa, se suicida!”.