En medio y frente a un auditorio a modo, indefenso y sin capacidad de replica, se presentó un “balance” de la quinta parte del mandato de Javier Corral Jurado. Con rigor institucional, no se trata de un informe que obligue a visualizar lo que en otras democracias es parte de la rendición de cuentas.

Se aprovechó el tiempo de un año para disponer una tribuna y hablar sin que la palabra tenga mayor consecuencia que dar la visión personal del político, apegado a su propia agenda y evitando los temas candentes, como sería el caso de la estrujante inseguridad que ensombrece a Chihuahua.

Igual sucedió con el tema de la corrupción política: se impone una visión unidimensional y se soslaya someter al debate si la estrategia seguida hasta ahora es la correcta, cuando se delinea en el horizonte una selectividad de la justicia, que muy pronto dará de qué hablar. Un ejemplo: solicitud de extradición para Duarte e inequívoca impunidad para Jaime Ramón Corral Herrera, el financiero que orondo se pasea por todos lados.

Si los informes que rinde el Ejecutivo al Congreso siguen apestando a burocracia, a rito y a liturgia, estos balances suenan a plática entre amigos, partidarios, empleados, que pasan lista y otras lindezas. Son eventos absolutamente distantes de lo que se entiende en el mundo entero por rendición de cuentas. Corral, además, se convirtió en porrista de su propio equipo, ignora lo que afuera, al seno de la sociedad, se opina de sus funcionarios, que no dan ni el ancho ni el largo. Y en un aspecto comete un grave error: decirnos que el capitán Escamilla –y él en su fuero interno– son los únicos que saben los peligros de que se han salvado. Una vieja táctica que aparentemente le rendía frutos a dictadores del tipo del extinto Fidel Castro Ruz. Este es un tema que no se puede hospedar exclusivamente en el pecho del gobernante; a final de cuentas su función tiene trascendencia pública y lo que le pase es del interés de todos. No se puede dejar a la imaginación, que va de conjeturar entre la gravedad y lo falso.

Pero sólo una cosa no cambia: la cultura pri-panista de la adulación y la lisonja (sólo en apariencia no se patrocina) del poder público, pero tiende a crear un cerco que fortalece la personalidad autoritaria y su culto, a lo que sin duda hay proclividad en el caso que me ocupa. Aquí cabe eso de que si el niño es risueño, haciéndole cosquillas se puede llegar a desternillar. Dígalo si no un periódico local nonagenario que publicó 68 desplegados (más los que se acumulen) laudatorios y en los que menudean políticos y gobernantes que quieren reelegirse, proveedores del gobierno que desean consolidar su estatus y logreros de toda laya.

La misma historia, antes tricolor, ahora color celeste. ¡Que les cueste!