La clase política chihuahuense, cualquier cosa que eso signifique, no da una para generar una estrategia contra la inseguridad pública que se abate sobre el territorio del estado. Por una parte, se habla de convertir al Ejército mexicano en una especie de legión de condotieros, es decir de mercenarios a sueldo para que patrullen zonas peligrosas. Al establecerles un precio de mercado, resultará más fácil para el crimen organizado comprarlos y ponerlos, parcialmente, a su servicio, como hasta ahora ha sucedido.

En el municipio (léase Cabada o Campos Galván) explotan las disecciones competenciales que trazan las leyes. Creen que el habitante de estas tierras acepta las frases de “hasta aquí llego yo” y “aquí empiezas tú, federación o estado”. No se vive de absurdas lecciones de derecho administrativo o descentralización. Un crimen en cualquier parte de Chihuahua habla mal de Peña Nieto, Corral y cualquiera de los alcaldes, sobre todo de los que se mueven en el ámbito de los proyectos de poder.

Dentro de todo esto destaca, por su importancia, la descoordinación entre gobernantes del mismo partido. Se podría pensar que la pugna Corral-Cabada tiene una lógica, pero habría que preguntarse cuál es, en el caso de Corral y la señorita Galván. Si no son capaces de coordinarse, y soterradamente andan de la greña, quien padece esa pugna es el habitante de a pie.

En ese sentido, cabe preguntarse hasta dónde es válido lo que hace María Eugenia Campos Galván al invertir sumas millonarias para proteger, fuera de contexto, un territorio municipal que forma parte de un horizonte mucho más amplio en el que se traslapan los diferentes niveles de gobierno. También estimo de relumbrón la compra del blindado Marumamba, que va a patrullar como una especie de coco a la ciudad en plena época de las redes sociales: cuando la fotografíen en Nombre de Dios, la imagen la podrán ver, sonrientes, los delincuentes que operan en otras colonias distantes hasta donde la víbora negra y venenosa no llegará.

Ya es tiempo de coordinación y también de dejar de vender baratijas para proyectos releccionistas y dejar de lado proyectos como la Marumamba.