La “eternidad” del PRI-ornitorrinco
El ornitorrinco político mexicano sigue dando de qué hablar. Este animalito tiene pico de pato, cuerpo de nutria, cola de castor; es mamífero y pone huevos, todo un espécimen de la evolución darwiniana. Si a la filosofía acudimos, tenemos que afirmar que es, que existe, por más inclasificable que sea. Algunos politólogos ya hace tiempo lo han hecho referente para caracterizar al llamado sistema político mexicano a lo largo de varias décadas: hay corporativismo pero no fascismo; hay autoritarismo extremo pero no podemos afirmar que dictadura; hay elecciones pero de ninguna manera podemos confiar que haya una democracia consolidada. Pareciera que la transición a la democracia en el país es una categoría, por entero, un paradigma que no semeja nada a lo que ha sucedido en España, Chile, Sudáfrica, por solo poner tres ejemplos con los que se puede o no estar de acuerdo.
Por eso estamos en presencia del ornitorrinco mexicano y las elecciones que recién han pasado –en especial las del Estado de México y Coahuila– lo confirman. Muy en particular por la precarísima calidad de los procedimientos que dan legitimidad inequívoca a una consulta comicial, antesala del año crucial del 2018.
Antes de las pasadas elecciones el periodista Antonio Navalón, desde la tribuna del periódico español El País, afirmó que la transición democrática en México aún no existe, mucho menos un proceso de consolidación democrática que permita el adjetivo compuesto de que México sea un sistema democrático. El historiador mexicano Lorenzo Meyer tomó ese punto de referencia e hizo mención a la categoría “híbrido inestable”, a ratos autoritario, a ratos democrático, y siempre, cuando se puede, con excesivos abusos para no soltar el poder por ninguna parte; y a lo más –esto lo afirmo yo–, compartirlo con una clase política en la que lo mismo hay priístas y panistas, que perredistas y morenistas, para no hablar de los múltiples satélites adictos a este racimo de partidos. Convengo que tiene razón, a pesar de sus graves silencios con relación a López Obrador, que Meyer da en el clavo cuando afirma que el proceso político en México para decidir la representación política y las grandes transformaciones que al respecto se requieren, nos colocan en una situación que se describe así: “el cambio lo mismo puede alejarnos del abismo que desbarrancarnos”. Esa es la encrucijada trágica en la que se encuentra el país en las goteras de la elección del año 2018.
En todo el país se abomina de la corrupción e impunidad de los Moreira, pero el resultado electoral les deviene favorable. Los cantos fúnebres de la dinastía de Atlacomulco en el Estado de México ocuparon páginas y páginas, en todos los medios; el PRI, se cantó anticipadamente, había muerto y eh aquí que un día después de las elecciones gozaba de una salud quebrantada, pero el poder le auguraba pronta recuperación dada la continuidad en el palacio de gobierno de Toluca. Estos hechos nos colocan frente a las preguntas: ¿en qué sistema vivimos?, ¿somos una democracia?, ¿somos un híbrido inestable?, ¿un ornitorrinco?, ¿qué somos?, porque parece que cualquier cosa, menos una democracia; y los principios que propala el INE a diestra y siniestra no tienen existencia cívica. El fraude a la ley se ocupa sobradamente de ellos y hasta logra que las apariencias pasen por la realidad misma; en palabras de Hanna Arendt, “la calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente, que el teatro podía parecer como el reino de la realidad”.
Para los que reflexionamos la vida política desde una perspectiva de la ética de la responsabilidad, esto no puede continuar por más tiempo y la reconvención se dirige a todos. Hoy nadie puede decir que está fuera del lado marrón de la historia que se narra. Ciertamente que estamos obligados a concederle a la política la esfera que le corresponde y ver que son muchas facetas y aspectos que luego olvidan por igual triunfadores y derrotados. Mucho tiempo he pensado, desde la izquierda democrática, que nos propusimos dejar atrás un sistema autoritario, desmontarlo, para ubicar en su lugar un régimen democrático; pero a lo que se ve, nos dirigimos hacia un abismo y sin brújula, sin posibilidades de navegar en dirección de una meta cierta y con un contenido inobjetablemente democrático que permita colocar en la agenda, como grandes prioridades, la batalla contra la corrupción, la impunidad, la discriminación y particularmente la profunda desigualdad que atosiga al país. Cuando esto no suceda arribaremos a una situación de una paradójica quiebra de una democracia que nunca llega y tengo para mí que esta es toda una tragedia histórica para México.
Si se hiciera una encuesta a profundidad seguro estoy que un alto número de mexicanos tiene claro, por una vía negativa, lo que no quiere, pero con gran ignorancia de lo positivo que se traduce en el diseño profundo de lo que queremos, hacia dónde nos dirigimos para cohesionar a un país invertebrado. Me queda claro que el PRI, hoy por hoy, no tiene viabilidad para ganar la elección presidencial del 2018; el PAN, más allá de sus éxitos del último año, tampoco encarna esa alternativa, entre otras razones porque la derecha fraternal que vive en ambas casas se dan la mano al seguir soliviantando el régimen económico de privilegio que ha postrado al país por más de tres décadas. Ambos son, como dice el cliché, “más de lo mismo”. Estas formaciones partidarias tienen en el poder, per se, la esencia de su acción política, dramáticamente porque están separados de los grandes intereses políticos y económicos nacionales a los que deberían servir. Doce años de Fox y Calderón así lo establecen de manera inconmovible.
En el ámbito de la izquierda –PRD y Morena– la debilidad se encuentra en lo que un periodista mexicano ha catalogado como la conducta de ponerse en vigilia cuando hay carne. No hay un compromiso histórico por la democracia y la equidad, hay varias retóricas y no pocas narrativas, pero en esto ambas cosas no abonan al diseño de un claro rumbo hacia el cuál hinchar las velas y dirigirse al puerto deseado. Y esto es así más allá de que se presuman millones de votos, liderazgos providenciales, mensaje propios de la derecha como la salvación, la regeneración y el renacimiento. La izquierda está en la misma dimensión de los proyectos de poder, creen que un día después de tenerlo todo cambiará; dicen saber todo de la historia patria pero no recogen las lecciones. Dicen que hacen historia. Allá ellos.
Hay quienes venden la idea de una profunda alianza anti PRI. Sacar al PRI de los Pinos. En realidad es un argumento nulo porque eso ya se puede augurar, aparte de ser necesario. Quines trafican con esta mercancía nos quieren vender de contrabando el regreso del PAN, como si ya hubiéramos olvidado las lecciones de 1988 cuando se pudo despedir al PRI y tal cosa no sucedió porque precisamente los legatarios de Manuel Gómez Morín no lo quisieron, no estaba en su agenda, en sus intereses. Quizá por eso las efigies de los santos azules hoy adornan algunas oficinas de gobierno en Chihuahua.
La política no se rige por las leyes de la evolución de la naturaleza. No es dable pensar que un día el ornitorrinco se decante por un mamífero evolucionado y deje atrás su pico, su cuerpo, su cola y sus huevos. La tarea en tiempo es más sencilla, pero las razones de partido, la simulación, la fraseología y desde luego los intereses creados lo impiden. México necesita hoy una generación como la liberal del siglo XIX. Ahí está pero no se decide.