Si Miroslava Breach viviera, seguramente sería la última en reclamar un papel protagónico sobre cualquier otra persona en algún asunto de su vida y, vaya ironía, sobre su muerte. Si sus amigos y familiares han reclamado públicamente a las autoridades una pronto resolución, sin sesgos, “sin chivos expiatorios”, lo hacen porque precisamente se han solidarizado de la misma manera que lo han hecho tantas y tantos chihuahuenses que han perdido a seres queridos por circunstancias de la violencia que afecta a la entidad y al país.

Puede que en alguna parte tengan razón quienes señalan que el homicidio de Miroslava debe tener el mismo interés y tratamiento de las autoridades que el resto de las víctimas, pero, insisto, quienes han exigido al poder político una respuesta pronta, expedita y clara, no están en la vía de llamar a una justicia de privilegio. Ciertamente Miroslava y muchos de sus colegas periodistas que hoy salen a la calle para clamar justicia pertenecen a un gremio relevante de la sociedad, pero eso no es motivo para que sus demandas tengan un tono pasivo, mucho menos proviniendo de los reporteros.

Las condiciones mismas en las que se han producido este y otros homicidios han generado de por sí un ambiente de zozobra que afirmar cuál crimen importa y cuál no es, cuando menos, una especie de displicencia que atiza la parálisis que tanto afecta a las sociedades poco articuladas y que, de vez en cuando, se juntan para echar de los espacios de poder a los malos gobernantes. Y en eso, aunque excepcionalmente, han contribuido las periodistas como Miroslava Breach.