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Darío Ramírez, director de Article 19 México.

 

Al más puro estilo de un Estado policiaco, Darío Ramírez, director en México de la importante ONG Article 19, ha recibido recurrentes amenazas por su desempeño en relación a derecho a la información en el país. Desde abril de 2013 se registra el primer hecho intimidatorio hasta desembocar en lo más grave que aconteció el pasado 16 de marzo de 2014 cuando fueron allanadas sus oficinas y previamente amenazado de muerte. En las apariencias se trata de hechos de delincuencia común, ordinaria, de la que le puede pasar a cualquier negocio o ciudadano, pero se pecaría de ingenuo si no se privilegiara la interpretación de que se trata de actos de represalia por los callos que pisa una organización como Article 19, que ha jugado un papel tan importante para entender el débil régimen de libertades que hay en el país en materia de medios y transparencia. Vaya desde aquí una solidaridad incondicional con Article 19 y muy en especial para Darío Ramírez. Hacemos un llamamiento para que expresen su preocupación y solidaridad por estos hechos a la siguiente dirección de correo electrónico mexico@article19.org

 

La deuda chihuahuanse, a puerta cerrada

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Batallar en el desierto

La repentina muerte de José Emilio Pacheco me llevó a releer su breve novela Las batallas en el desierto (1981) y parte de su obra poética. Como toda lectura personal es una aventura mediante la cual uno recrea, para sí mismo, lo que el autor narra. Las batallas me llevaron de manera casi directa a mi infancia camarguense. A José Emilio Pacheco, al igual que otros de sus contemporáneos, les tocó reflexionar sobre las mutaciones que sufría el país con el agotamiento de la Revolución mexicana y el ascenso, ya más claro, de una clase política gobernante que no dejó duda de sus propósitos a partir del gobierno de Miguel Alemán Valdéz, bajo cuya impronta vivió el autor los años previos a su juventud. Así, un temprano enamoramiento de un niño de primaria –Carlitos–, sufrió por un amor imposible por una mujer adulta, pareja de un prominente político corrupto que la rodeaba de beneficios innumerables, muy propio ese comportamiento cuando hacerlo con cargo al presupuesto producía una generosidad proverbial con dinero ajeno. Carlitos se enamoró deveras, aprovechando la oportunidad que le daba ser amigo de un hijo de la mujer que le abría las puertas de la casa y donde esa mujer se enteró del amor que le profesaba el pequeño. En realidad esto pudo suceder en cualquier época, pero en una sociedad como la de la Ciudad de México, que avanzaba a pasos agigantados en favor de una condición urbana y moderna, era propicia para estos devaneos y erótica espontánea.

Cuando uno transita los ojos por la novela ve correr una especie de cinta cinematográfica con muchas escenas y recuerdos de un México que ya se fue pero del cual también se quedaron muchas cosas como los estilos de gobernar, la corrupción enorme, el sentido de pertenencia a una clase en el poder, las estructuras familiares verticales, hoy deterioradas, pero que la derecha sigue preconizando como esenciales; y el desgarramiento infantil por inimaginadas eróticas que la nueva realidad hacía posible –y en este caso imposible–: el amor por una adulta, asimétrico, doloroso y desgarrador. Pasó el tiempo y Mariana cometió algunos desfiguros en una fiesta muy elegante de Las Lomas donde habló de los robos en el gobierno y cómo se derrochaba el dinero arrebatado a los pobres; al señor político eso no le gustó y la golpeó para escarmentarla. Mariana se marchó a su casa y se conjetura si tomó un veneno, se abrió las venas con una hoja de rasurar, se pegó un tiro o hizo todo eso junto. Carlitos se enteró de todo eso por su amigo Rosales y no podía creerlo. La novela termina recordando que si Mariana viviera tendría ya ochenta años (hoy más de cien), y también puntualiza que aquel país terminó, que no hay memoria, pero que eso no importa porque de ese horror no se deriva nostalgia alguna.

Pacheco hace un trazo magistral de un cambio de época, lo hace en breves páginas, sin las complicaciones que Carlos Fuentes le dio a La región más transparente, sin demérito de la enorme valía de esta obra.

Eso era allá en la Ciudad de México, con todos los encantos de una capital. A más de mil kilómetros de distancia, lo mismo nos pasaba a los niños que fuimos pero en una comunidad rural en la que ciertamente podíamos ver a la señorita Villa, a la maestra Queta y a tantas bellas que jamás nos abrieron sus puertas. Entonces, uno a uno de la palomilla paralela a la de la Ciudad de México, nos pasó algo verdaderamente reconfortante: fue el cine, y especialmente el estupendo que se produjo luego de la Segunda Guerra Mundial en Italia, el que nos abrió los ojos para mostrarnos una mujer que no imaginábamos existiera en esa dimensión, y a nuestro modo nuestro amor fue más imposible que el de Carlitos, porque la mediación era a través del celuloide que se proyectaba en el cine Alcázar donde un día, entre otras muchas cintas, pudimos ver a Silvana Mangano bailando El negro zumbón, con voz prestada en la película Anna, de 1951, dirigida por Alberto Lattuada. Los amigos eran Armando (La Changuilla), Teófilo Soto, que pronto murió porque quiso acabar con el alcohol en el mundo; y Manuel (El Nel), que amó tanto la primaria que se quedó de conserje en ella hasta que murió. Con estos amigos yo pacté que la Mangano me pertenecía y que ellos buscaran su amor imposible en otra parte. Fueron generosos y no me compitieron (para qué). Esos amigos se fueron borrando uno a uno, como hoy se borran otros y aquí es donde recordé el poema de José Emilio Pacheco que se llama Amistad, escrito mucho tiempo después, ya cuando su urbe tenía hasta un tren metropolitano. Lo transcribo y al final podrá visitar a la Mangano acompañada de dos negros zumbones:

 

No lo tomes a ofensa: Ya me voy.

Y nunca más conversaremos. Termina

Un vínculo tan frágil como el amor: la amistad

Que nunca es un proceso sino un instante.

 

Y nada te reprocho. Te agradezco

Lo que aprendí, lo que debo.

Jamás traicionaré esa memoria.

 

Por desgracia el viaje en común

Llegó hasta aquí y cada uno

Baja del Metro en la estación que le toca.

 

Será cierto, me pregunto pidiendo palabras prestadas: ¿hay veces en que tiene uno que romper con sus amigos a fin de entender lo que significa la amistad?