En el discurso, los planes del director de Vialidad, Carlos Reyes, parecieran de ensueño, pero cuando se leen entre líneas sus declaraciones en torno a lo que supone el mejoramiento de vialidades como el Periférico de la Juventud, la conclusión resulta francamente devastadora: los ciudadanos comunes y corrientes no tienen derecho a la ciudad.
El ultraconservador ingeniero ha dicho que desde que se inauguró aquella vialidad su flujo vehicular promedio estaba previsto para 300 automotores por hora, pero que hoy circulan 3 mil en el mismo lapso. Es una arteria congestionada, como hay otras en la ciudad. El punto clave está en las soluciones que proponen y que, una vez más, deja como ganadores a los dueños de la ciudad.
Me explico: las obras que Carlos Reyes pretende llevar a cabo para solucionar el congestionamiento vehicular en varias avenidas de la ciudad, se basa en la construcción de más puentes y utilizara a la Tecnológico como salida alterna.
De la historia reciente, tal y como sucedió por ejemplo con arterias como La Cantera, tenemos que los ganones son los mismos de siempre, las familias constructoras de la ciudad, como los Elías, de CTU, que el gobierno recurrentemente los apalanc con el mismo propósito y se quedan con los recursos fiscales destinados para obra pública.
Si los comportamientos éticos de la clase política estuvieran al día y si la participación ciudadana fuera realmente efectiva, tendríamos entonces que decisiones e inversiones directas tendrían que pasar antes por alguna especie de plebiscito. Es decir, se revertiría el fenómeno discrecional, porque la ciudadanía, los automovilistas, los peatones, son los únicos que no deciden cómo hacer uso eficiente de su ciudad donde los verdaderos dueños de la urbe determinan todo al respecto. Eso, sin contar con que la periferia que alberga colonias menos pudientes no figuran en los planes urbanísticos, acaso beneficiarios de lo que en mi pueblo llaman los cunquis del café. O sea, las sobras.
Según observo, las personas no importan. Lo que debe hacer vialidad, ya, es pintar señalamientos de carriles en calles, avenidas, camellones que no se ven de noche, pasos para peatones, retirar vehículos estacionados en «batería» en banquetas frente a negocios con estacionamientos mal diseñados, pero aprobados por la autoridad que obligan a las personas a bajar a la calle en riesgo de su vida, de personas con discapacidad en silla de ruedas, adultos mayores, madres que llevan a sus hijos en carriolas, por decir lo menos. Estos factores impactan en la vida diaria de todas las personas, en toda la ciudad; omitir atender esas necesidades, elementales, es violar derechos humanos de lo más diverso, que van desde la libertad y seguridad de tránsito, bienestar, información oportuna (señalamientos, etc.
Pienso que falta implementar estratégias que conlleven a la formación de una cultura de vialidad efectiva. El desgaste inoperante lo viene pagando el automivilista que a fuerza de recaudaciones hace que las cajas de la dirección de tránsito no dejen de sonar. Por ejemplo no se implementa un reglamento que obligue a los conductores y conductoras no solo a respetar las normas de vialidad, ni a ponerse el cinturon. Falta a mi juicio, que se observe y se respete las reglas de la direccionalidad. Cada quien al momento que se le antoja dá vuelta a la derecha o a la izquierda sin medir las consecuencias. Creen que andan manejando en el rancho. Las medidas existentes son recaudatorias.