“La Cruz de Clavos, instalada en la Plaza Hidalgo de Chihuahua, reemplazó a la primera, que fue incendiada y robada por el gobierno y tiene su réplica en la adosada al Puente Santa Fe de Ciudad Juárez. Todas se han propuesto estremecer y remover a quienes las miran. Se cuentan por miles y miles de transeúntes, chihuahuenses, mexicanos y extranjeros quienes han detenido sus pasos ante ellas para continuar con su vida, probablemente, diferentes, transfigurados. Eso sí sería como un pequeño milagro de la resurrección. Ojalá”.
Con esta frase se cierra uno de los textos contenidos en el libro Cruz de Clavos que el que esto escribe redactó en colaboración Irma Campos, el Grupo 8 de Marzo que encabezó en vida, y muchas mujeres y hombres que hicieron posible su publicación.
Para quienes me pidieron el texto sobre el tema, aparecido en esta columna hace unos días, les proporciono el enlace electrónico dando click AQUÍ
Son los clavos los que hacen la cruz. Cada clavo es una herida que flagela el estoisismo de la conciencia mancillada que se niega a morir. Clavos que reseñan la brutalidad humana encarnada en damas de negro que hacen del velo un rosario que sufre por la injusticia y la sin razón humana. Mujeres que son madres, que fueron hijas y son hermanas del concepto dinámico del derecho. Abogadas, líderes, amas de casa cuya voluntad soluciona los conflictos de fuerza; tema para las amas de llaves de la inteligencia, que con clavo saliente de la fragua ardiente, graba en memoria de Irma Campos y de todas ellas la nobleza, valentía y aroma que perfuma el 8 de marzo.