Las motivaciones de Peniche; ¿y las de los criminales?
Hasta ahora no hemos podido corroborar si así lo dijo el fiscal general del estado, César Augusto Peniche Espejel, o si fue, como ya es costumbre, un error por los teclazos apurados que los reporteros de lo “oportuno” realizan, ciertamente presionados por sus jefes, con tal de “ganar” la nota, pero la declaración transcrita en algunos medios se dice que fue, textualmente, la siguiente: “…comentó (Peniche) que esperan tener tres cuarteles militares más en la zona serrana con el objetivo de contrarrestar la violencia que se ha venido presentando…” (sic con onomatopéyica exclamación pedida en préstamo a Condorito: ¡Plooop!).
Esta perla de la declaracionitis recogida por La Opción fue lanzada en el marco de la comparecencia del funcionario ante el Congreso del Estado, previo consenso camaral, y, según los medios, hasta se dio el lujo de afirmar que “ya se está en la etapa de valorar el presupuesto, ya que no sólo es el buscar el capital humano, sino los gastos corrientes que conlleva el mantener un cuartel”.
Pero, vamos por partes: ¿a quién o quiénes representa el fiscal, desde el poder que tiene civilmente delegado, para organizar tropas militares? ¿Cómo es que pretende llevar a cabo tal empresa con el aval del Congreso local?; y sobre todo porque su mirada está puesta en el recurso económico, ¿cómo es que busca el financiamiento de “los gastos corrientes” si durante su comparecencia dio a conocer algunos detalles (1 mil 300 patrullas descompuestas) que también hablan de una quiebra en esa área de la administración?
Si consideráramos que el medio referido recogió exactas las palabras de Peniche, entonces tendríamos que decir que el funcionario matizó su discurso ante el Pleno y que en lugar de llamarles “cuarteles militares” los denominó simplemente “cuarteles para los agentes”, o ya más refinado, “unidades especiales” dentro de la Policía Estatal Única. Es decir, pretende crear un nuevo grupo dependiente de la PEU. O lo que es lo mismo: lo mismo de lo mismo, con referencia histórica a etapas de ingrata memoria.
Por cierto, el proyecto de Peniche me evocó una película alemana de 2008, Der Baader Meinhof Komplex (traducida como El complejo de Baader Meinhof o Facción del Ejército Rojo) en la que se relata la historia de la brigada antifascista surgida en Alemania Occidental entre los convulsionados años de 1968 y 1977, donde se alude a su surgimiento como respuesta radical a una de las superpotencias mundiales (Estados Unidos) y al capitalismo en general, en plena Guerra Fría y otras de intermedio, como la de Vietnam.
Más allá de las valoraciones morales que se puedan tener sobre las operaciones y destino de los protagonistas, la alusión al fiscal chihuahuense tiene que ver con la respuesta que encontró de parte de sus colaboradores y del gobierno mismo el director de la policía alemana en esa película, Horst Herold (deliciosamente interpretado por el famoso Bruno Ganz, que casi a diario vemos interpretando al Hitler gritón que los youtubers ya hicieron suyo para empalmarle diálogos chuscos en situaciones muy diversas). Inteligente y agudo, incluso podría decirse que hasta “generoso”, Herold tiene, sin embargo, un comportamiento de sagacidad muy distinto, si lo comparamos con Peniche: el policía plantea en una reunión con parte del gabinete algo que hoy sonaría tanto a chifladura como a complicidad con el enemigo a combatir y es, aunque sea ficticia, una lección de política:
—Señores, el gobierno nos contrató para combatir el terrorismo y acabar con él, si es posible. ¿Alguien tiene algo qué decir? –pregunta el jefe de la policía alemana.
—Necesitamos una unidad especial que elimine a esos locos en el futuro –responde uno de ellos, tronando los dedos.
—Palabras no menos brutales que las acciones terroristas –interviene uno de los presentes, en concordancia con Herold.
—Considero necesaria una unidad especial así, pero eso solo no resolverá el problema. Las raíces son profundas –argumenta el jefe policiaco.
—¿Cómo? –ataja rápido su oponente en la mesa.
Horst Herold ha develado para entonces, en pocas escenas, que es culto, tolerante y profesional. Desde ese bagaje cultural que uno le presupone como espectador, el personaje abunda en su planteamiento y responde con ejemplos:
—Los palestinos quieren que Israel devuelva tierras. Nadie los oye. Intentan llamar la atención con actividad terrorista…
—¿Apruebas las acciones de los terroristas? –le inquiere otro, de apellido Nadler.
—Nadler, no digas tonterías. Claro que no apruebo el terrorismo. Pero quiero que entendamos sus motivos lo mejor posible.
—¿Quieres dar estatus especial a esos asesinos? –insiste Nadler.
—No, pero nuestra respuesta no puede ser tan rígida. En parte, nuestra ignorancia promueve el terrorismo. En otras palabras, la cuestión es que el terrorismo representa una nueva forma de guerra. Remplaza la guerra abierta que no está ocurriendo –precisa Herold.
—Disculpe, no entiendo, y dudo que las víctimas y sus familias entiendan –reitera, sarcástico, el oponente inicial.
—Comprendo tu amargura, pero nuestro trabajo es combatir al terrorismo y debemos reconocer los problemas del tercer mundo: el conflicto en Oriente Medio, la guerra de los americanos en Vietnam, son problemas que existen objetivamente…
Esa escena salta a otra con una secuencia en la que se observa, siete meses después, a la mayoría de los líderes originales de las “brigadas rojas” encarcelados, esperando ser procesados. La película fue nominada al Oscar y al Globo de Oro como mejor película extranjera, pero nunca ganó.
Peniche lanzó sus anzuelos para buscar recursos económicos con el pretexto de crear otra célula anticriminal en la sierra. Otra más. ¿Estarán, en serio, considerando entender las motivaciones socioeconómicas y culturales de los delincuentes? Ojalá la ignorancia de nadie deje de promover el terrorismo que en Chihuahua ya puede ir configurando el nombre de guerra civil de naturaleza económica, tan bien explicada por Andreas Schedler en su libro En la niebla de la guerra. Veremos.