Obviamente que el duartismo pretendió protegerse con la iniciativa para crear un Consejo de la Judicatura al vapor y a modo de tutelar su herencia en el Poder Judicial del estado. Eso está fuera de toda duda y la reconvención al respecto es puntual de mi parte. Sin embargo, por una recurrente confusión se señaló a Unión Ciudadana como un artífice de los sucesos del día de ayer en el Congreso del Estado, cuando un grupo de compañeros de Alianza Ciudadana irrumpieron al grito reclamante de que los diputados de la legislatura que fenece no tan sólo no representan a los manifestantes, sino que en esencia no representan a nadie en Chihuahua.

Unión Ciudadana –y esto se señala para honrar la verdad–, no tuvo injerencia alguna; por tanto, ni pide mérito ni reconocimiento, pero tampoco tiene porque correr con el señalamiento de una participación que, insisto, no tuvo. Esto resulta importante aclararlo en referencia a los sucesos del 22 de junio a las afueras del Palacio de Gobierno, que ocasionó deslindes, condenas y hasta reproches no siempre dictados bajo la mejor de las intenciones. Entonces se hizo de la reflexión de la violencia el punto de partida para cuestionar –ahí sí– a Unión Ciudadana, y se recurrió a diversas interpretaciones del hecho que, al menos de mi parte, están en proceso de una conclusión precisa.

Lo que vimos ayer sin duda es un reclamo justo, pero de ninguna manera no violento, y en tal contexto hemos escuchado voces que no guardan coherencia con lo que se dijo en relación al primero de los sucesos señalados. En este marco, tiene pertinencia escudriñar el artículo de Víctor Quintana Silveyra, aparecido el día de hoy en el periódico La Jornada bajo el título ¿Arde Chihuahua?, en una paráfrasis muy desproporcionada si se le compara con la novela y película ¿Arde París? de los años 60 y que obviamente tiene muchísimos años desaparecida de las marquesinas y carteleras de las salas de cine.

Quintana, uno de los prohombres de la Alianza Ciudadana, afirma que se “inundaron las redes sociales llamando a toda la ciudadanía a mostrar su repudio (a la iniciativa duartista)”. Y eso, señala el mismo dirigente, produjo “la gallarda reacción ciudadana”. ¿Por qué ese lenguaje ahora y no el otro 22, el de junio? La crítica implícita en estas palabras y las interrogantes no tan sólo buscan coherencias en los discursos, que a final de cuentas es algo que compete a quienes los hacen, sino de poner en la balanza de los hechos que cuando hay las mismas causas puede haber las mismas reacciones y por ende críticas semejantes. Una adecuada respuesta política entonces habría sido provechosa para la interpretación de los sucesos de ayer, porque si en el primer caso se preguntaron los para qué de una convocatoria ciudadana, ahora tenemos que se le está empedrando el camino a los priístas, y dentro de ellos al duartismo, para que al seno de una institución básica a partir de octubre, como la legislatura entrante, se escenifiquen actos que la paralicen en medio del griterío y la algarada. Porque en esencia, para eso no se requiere un gran personal, sino simplemente la convicción de que hay momentos en los que se puede emplear la macana, los guardias de seguridad y más, y otros en los que, como en estos días, no se puede ni siquiera exhibir por el escándalo y repulsa que provocan.

En el ambiente flota la convicción de que la reacción puede ser la crónica de una práctica anunciada: así me trataste, así te trataré, precisamente al seno de las instituciones y no el espacio público que es la plaza y la calle, tal cual fue el escenario que el 22 de junio se buscó para manifestarle a César Duarte el repudio profundo de los chihuahuenses. Todos los que hemos luchado contra la tiranía debemos hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos.

Aparte de que Víctor Quintana invoca en este asunto el terminajo de lo diabólico, ajeno a un lenguaje laico y propiamente humano, nos dice en lo medular que “el emplear sólo las medidas institucionales tiene un alcance corto e ineficaz”, para justificar la irrupción en la legislatura inerte, lo que implica llamar a la ruptura –quizá mandarlas al diablo–, precisamente lo que se quiso ver en los sucesos de junio. No tengo porque exigir coherencia, cada quien lo suyo, pero sí al menos respeto a la memoria, más cuando los hechos están tan cercanos cronológicamente.

La desmesura del periodo extraordinario en el que se pretendió dar un cerrojazo al golpe al Poder Judicial, tenía mejores fórmulas para resolverse en favor del cambio democrático. Sólo por ilustrar señalaría que hay una vieja iniciativa guardada en el congelador que se refiere al mismo tema. Se pudo haber presentado la real iniciativa para la creación del Consejo de la Judicatura. Y cuando digo real me refiero al respaldo popular de la pasada elección y, en tal contexto y conociendo a los diputados, hasta una buena táctica de filibusterismo y mociones pudieron haber logrado que llegara a su fin el periodo de la decadente legislatura actual. No sé por qué no se buscaron mejores opciones, ni quiero especular al respecto, pero me preocupa que sopas de este chocolate se puedan servir a la carta a partir del 4 de octubre, que para eso ya el PRI tiene a su Fermín Ordoñez, el cínico porro de Duarte.

Lo que todos hemos hecho quizá requirió pensarse más de dos veces, porque si bien ya no habrá Hitler-Duarte que queme a Chihuahua, sí sus engendros y el munificente avituallamiento de que pueden gozar. Por lo demás, y a mis años, la recomendación quintanista de la cinta ¿Arde París? me orilló a agendarla para el próximo domingo por la tarde.