Después de un momento difícil, el 22 de junio de 2016, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, queda la vieja moraleja: hay que aprender a luchar. Si recorremos los muchos meses que han transcurrido desde el momento en que se presentó la denuncia penal por corrupción política, confirmamos que la apuesta por el derecho es invaluable, que el reto a la instituciones que han de aplicarlo es insustituible para sentirnos positivamente en una sociedad apegada a eso que llamamos “Estado de derecho” y que las más de las veces se toma como un simple y vacío concepto retórico.

Cuando se inicia una causa tan profunda como la que Unión Ciudadana sostiene contra César Duarte, es frecuente –aunque no necesariamente la visión genera – que se exalte como valor primordial el valor cívico, que por lo demás es indispensable para templar el ánimo de toda resistencia que aspire a ser fecunda. Pero no se trata únicamente de valentía, se trata de entender a fondo, de ser conscientes de la empresa que se está iniciando, lo que permitirá sortear todas las vicisitudes y adversidades que se presentan. Nada sustituye a la plena conciencia. Quién no recuerda, por cuanto valor cívico se refiere, la legendaria batalla de las Termópilas y las derrotas numantinas, y quién no sabe la recomendación del filósofo Spinoza que nos advierte: “No lamentar, no reír, no detestar, sino comprender”. Comprender, esa es la palabra que más involucra una interpretación de los sucesos chihuahuenses frente al Palacio de Gobierno de la fecha apuntada.

Van puntualizados recuerdos esenciales. Unión Ciudadana profesa la no violencia, la convención humana de la que surgió así lo estipuló, y en buena medida eso fue el cemento que la cohesionó durante los primeros meses. Tuvimos que aguantar calumnias, difamaciones, agresiones físicas, asedio permanente, intimidación y aunque luego se dice que los hombres y mujeres de honor sólo tienen una mejilla, nos inventamos varias para decirle a todos que en un momento límite del país, convertido en un gran almacén de agravios, había que hacer el mejor y más fecundo aporte para que a través de la comprensión y un valor cívico modulado, nadie se decantara por propuestas agresivas que lesionan a bienes y personas. Ese propósito está vigente, hoy más que nunca.

Hay una circunstancia que le es adversa: el liderazgo ha sido consecuente, pero el adversario ha trabajado incansablemente para llevarnos por camino diferente y en el trayecto ha recurrido a miserables actitudes en las que la violencia, la de ellos, ha estado presente. Se trata de la provocación, de esconderse para agredir, para después propalar todo tipo de versiones muy propias de otro tiempo, y particularmente aquellos del anticomunismo, en el que inventar conspiradores y cuerdas de titiriteros era suficiente para estigmatizar partidos, organizaciones completas y personas en lo individual.

¿Qué nos exaspera?: la lentitud con la que se aplica la justicia, la rendición de cuentas y la transparencia. Vamos para dos años con una denuncia en trámite contra César Duarte, Jaime Herrera Corral y Carlos Hermosillo Arteaga. Una denuncia cuyos hechos fundamentales están acreditados, hechos delictivos que están impunes porque en México hay intocables como César Duarte, porque padecemos un agobiante régimen de impunidad y corrupción contra el que hay un clamor generalizado, inocultable, que está en el ambiente y se corta con navaja. El poder de los priístas es el patrocinio del poder para enriquecerse, arrellanados en las sillas del poder. La lucha de Unión Ciudadana ha sido tan auténtica que guardó una especie de distancia electoral de la viable oposición en esta coyuntura para darle credibilidad a un consenso plural que condena la corrupción y no la quiere ver como un simple discurso de ocasión en campaña política. Incluso la lucha anticorrupción de Unión Ciudadana proporcionó el primordial tema de la agenda y el debate político. Es algo que nadie puede negar y además los vientos de cambio despliegan en el común de los ciudadanos la bandera de darle consecuencia a la palabra en los hechos, y pienso, convencidamente, que ese momento ha de llegar; quiero decir que no habrá claudicaciones. Pero también que todavía nos restan muchos costos por pagar, más si la libertad de un puñado ciudadano está en prisión o amenazado de estarlo.

Tengo para mí que convocar a una manifestación o una concentración para protestar no es, de ninguna manera, congregar borregos, gente a modo y a sueldo, al estilo que ha practicado mucho el Partido Revolucionario Institucional. La que se convocó a la puerta del Palacio de Gobierno tiene como antecedentes los muchos agravios parecidos: el Vivebús y la movilidad urbana que atosiga la vida cotidiana de miles y miles de personas, las ilegales fotomultas, los despidos masivos de trabajadores y burócratas, los crímenes, los homicidios no clarificados, como el de Marisela Escobedo, el golpe de estado al Poder Juidicial, un endeudamiento errático para acrecentar cuentas de los funcionarios, un gobierno personalista, soberbio y mitómano que decidió pagar millones de pesos para crearse una imagen falsa de sí mismo, una burocracia autoritaria y cerrada que opera como brazo partidario y que fue defenestrado en las urnas y el revanchismo de impugnar un resultado electoral inobjetable.

Eso y más generó un día de furia en Chihuahua. Toda proporción guardada, es un evento similar a la Toma de la Bastilla, o el derribo del Muro de Berlín. Lo que los tiranos han de entender es que los pueblos se hartan de soportarlos. Los que ejercemos liderazgo, por minúsculo que sea, como en este caso, bregamos desplegando las banderas del derecho y la no violencia, pero no hay una paciencia uniforme, y como esto lo sabe el Goliat, se aprovecha de los provocadores para generar escenarios con los cuales revertir la energía popular. No hay que permitir que esto suceda.

Hay ocasiones en que en estos intentos fracasamos, y hasta eso, de acuerdo a un filósofo cuyo nombre ni siquiera quiero invocar, el fracaso también es un arte. “Para una persona es decisiva la forma en que experimenta el fracaso: si el fracaso le queda oculto y sólo lo vence realmente al final, o si es capaz de verlo develado y lo tiene presente como el límite permanente de su existencia; si adopta soluciones fantásticas y tranquilizadoras, o si lo acepta de buena fe, guardando silencio ante lo inexplicable. El modo en que una persona experimenta su fracaso justifica lo que llega a ser”.

Con contratiempos, con vicisitudes, con desalientos, con deslindes, Unión Ciudadana llega a este momento sin haber fracasado. Hay quienes sostienen que existen seres para evitarle a la sociedad los trabajos desagradables. En Unión Ciudadana militamos algunos en esa condición.

Es que acaso, recordando a Borges, se quiere que nos crucifiquen y que además seamos la cruz y los clavos.

Con todo y eso, se impone concebir el valor cívico sin recurrir a la violencia. Esa es nuestra fortaleza y a pesar de eso también resulta grandemente erogatoria.