Hace unas cuantas semanas, Héctor Aguilar Camín publicó en la revista Nexos un artículo que tituló Nocturno de la democracia mexicana. Como bien saben los avezados en poesía, la música y muy apretadamente la pintura, el género “nocturno” es visto como pieza tranquila, expresiva y lírica, a veces deliberadamente oscura. Aquí en México sería difícil emplearlo en política, si tuviéramos que empezar con la estrofa: “¡Pues bien! yo necesito / decirte que te adoro / decirte que te quiero / con todo el corazón…” de Manuel Acuña; empero, la pluma de Aguilar Camín nos hace transitar entre espinas pero tocando inteligente y de manera tersa una agenda, que a la vez es recriminación, a eso que a falta de mejor concepto se denomina la clase política mexicana. En esa línea, la democracia en Chihuahua merece su propio Nocturno, y adelanto que este no es, pero que probablemente saldrá más adelante de mi pluma. Por ahora, es un simple probete.

He escuchado en la calle que lo que hemos tenido en Chihuahua bajo el cacicazgo de César Duarte habla, a lo Noam Chomsky, es un Estado fallido, y más escuetamente, canalla. Ambos términos conducen a la noción de delincuencia que se cimienta en el apoderamiento de las instituciones para fines privados y desde luego profundamente antijurídicos. Sabemos que estas categorías están a discusión en la ciencia política. Chomsky, por ejemplo, habla de aquellos estados que carecen de capacidad para proteger a sus ciudadanos de la violencia, se consideran más allá del alcance del derecho y padecen un grave déficit democrático que priva a sus instituciones de su auténtica sustancia. La revista Foreign Policy ha subrayado que un Estado que fracasó es aquel en que el gobierno no tiene control real de su territorio, no es reconocido como legítimo por parte importante de la población, no ofrece seguridad interna y servicios públicos esenciales a sus ciudadanos y no tiene el monopolio del uso de la fuerza. Cuando esto se presente encontramos en presencia grandes fenómenos que trastornan la vida en sociedad y en comunidad.

Enumeremos algunos indicadores: éxodo crónico de la población, altos índices de desigualdad, declinación económica severa, pérdida de legitimidad del gobierno, deterioro de los servicios públicos, negación del Estado de derecho en favor de la arbitrariedad, extensas violaciones a los derechos humanos, existencia de aparatos de seguridad independientes del poder público; preeminencia de las élites sobre el Estado y la intervención de actores políticos externos que frecuentemente llegan a realizar sus propios negocios. Ninguna de estas notas han estado fuera de Chihuahua bajo los sucesivos gobiernos de Patricio Martínez García, José Reyes Baeza, y particularmente de César Duarte. Por eso se impone confeccionar un Nocturno de lo que tenemos: tranquila, expresiva y lírica no porque eso conduzca a la falta de rigor, sino porque hay que darle cabida a los diversos lenguajes expresivos que descubren grandes problemas, y todo esto a la luz de la esperanza de la irrupción de la ciudadanía el pasado domingo 5 de junio.

Para elaborar bajo este género, hay que empezar por reconocer que el movimiento democrático de Chihuahua es el todo y que dentro de ese todo hay partes, que de ningún modo se pueden arrogar de manera absoluta y completa el desenlace electoral, lo que permitirá ir sentando las bases para la tarea más delicada: desmontar una tiranía a partir de dos vértices, o mejor dicho, dos arenas: Estado y sociedad. Por esa ruta, una debilidad es que una vez más estamos en un “territorio de alternancia”, que tendrá la limitación de un entramado nacional de poder en manos del PRI y un entorno internacional particularmente complejo en el que la elección en curso en los Estados Unidos nos puede llevar a escenarios impensados. Si gana Trump, veo a México como la Polonia ocupada de Hitler, por aventurar una imagen escalofriante.

El futuro debe apostar por el poder ciudadano, la participación. Ahí está la energía que es imposible contener. La política de cobacha, de conciliábulo y restaurante terracista, es veneno puro para los cambios que se necesitan: en primer lugar, una constitucionalidad que aparte el Poder Ejecutivo de la centralidad casi absoluta que ha tenido hasta hoy, fortaleciendo el Congreso, desmontando el apoderamiento del Poder Judicial y la apertura de los órganos autónomos a su real y esencial desempeño; hablo de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, los electorales y el instituto para la transparencia, que a últimas fechas se convirtió en impresor de diplomas para acariciar a la caterva gobernante. Se habla de un nuevo esquema constitucional. Sería el tercer intento: el primero data de la etapa inicial del gobierno de Francisco Barrio –impulsado por el PAN–; el segundo, durante ese mismo gobierno, pero con raíces en la izquierda política honrada que llegó a haber por entonces, y esta que está en curso en los planes de la alternancia y en la que encuadrar al municipio como un instrumento de descentralización para una vida ciudadana intensa es complemento indispensable.

Hablando de constituyentes, si vemos la elección que al respecto se hizo en la hoy Ciudad de México, advertimos el escaso interés de la sociedad por estos proyectos que desgarraron al siglo XVIII en Estados Unidos y Francia. La gente sabe bien que el derecho no tiene la virtud de crear la realidad; sabe, también, que no pocas reformas llegan con el remedio y el trapito para impedirlo, de ahí que no generará gran expectativa un proyecto de reforma si no va adosado a la creación de un entorno político y social que hable claro de que se está iniciando algo nuevo y correcto por su bondad.

En otro marco, hablar de la supremacía del derecho, de los derechos humanos, de los partidos políticos bajo una nueva normatividad, de la recuperación de la autonomía en general por los estados y en particular la de Chihuahua, sin olvidar que somos una federación; hablarle claro a los empresarios para que dejen de hablar en su calidad de estamento Fechac; demostrar que la rendición de cuentas es algo más que un informe gubernamental y pasa al fincamiento de responsabilidades en que incurran los funcionarios y gobernantes: definir muy bien la corrupción política y ponerle los diques que se requieran; hacer una realidad que los medios de difusión, todos, sin excepción de grandes y pequeños, ya no recibirán ni un centavo de las arcas públicas; que vivan de su publicidad y de su circulación. En otras palabras, que se acabe la caricatura de ministerio de la información que ha tenido la comunicación social hasta ahora. A los gobernantes se les debe conocer por sus obras, más que por sus imágenes publicitarias.

La lista de temas para el Nocturno podría hacerse interminable, pero quiero terminar señalando una tercia de cosas: someter a debate el colonialismo fiscal interno que padecemos. Probablemente Chihuahua reciba 9 pesos de la federación por uno que recauda por ingresos propios, que han sido prácticamente avasallados. Es un tema complejo pero es tiempo de abordarlo, más a la vista de la renegociación de una deuda duartista que asfixia a Chihuahua. La otra va conexa: pertenecer a la CONAGO en extinción viola la Constitución General de la República; un artículo olvidado prohibe las coaliciones entre las entidades federativas. Y al último, pero de ninguna manera al último, qué se hará con las universidades públicas de Chihuahua (UACH y UACJ, principalmente), ¿se les convertirá en los esenciales pilares de la educación pública a ese nivel para redimensionar el semillero de hombres y mujeres que Chihuahua necesita para abrir un nuevo curso? Recordemos que en todo esto el sentido de lo público es primordial.

Se debe abrir una etapa de diálogo y reencuentro. Si lo iniciáramos hoy, sin los cuatro meses que aún le quedan a Duarte en el poder, sería mejor, sobre todo si nos hacemos cargo que después de un año, a partir de octubre, estaremos frente a un nuevo desafío electoral.

Y todo esto será nada si a la mesa no están sentados los pobres, los vulnerables, y eso que hace mucho tiempo se llamó “los condenados de la Tierra”.