Inició la etapa de veda electoral que algunos llaman el tiempo de la reflexión. Ni una ni otra cosa son una práctica significativa. Las campañas continúan, por otros medios, en franco fraude a la ley. Esta es una verdad más que sabida y registrable empíricamente. Por cuanto a la reflexión, no dudo que haya un segmento ínfimo del cuerpo electoral que efectivamente se recluya en la soledad a deshojar la margarita.
La veda va adosada a otras prohibiciones que también se violan. Entre ellas, notoriamente, la llamada “ley seca”, que es el día de los comicios la más transgredida, cuando bien van las cosas, porque también suele suceder que otro tipo de prácticas antijurídicas se apoderen de la escena pública, dañando la calidad de una elección de por sí precaria.
Ahora tenemos un fenómeno nuevo: para los que votan hay ofertas: basta enseñar el dedo morado para que te puedas tomar un café gratis, obtener un descuento en tiendas de conveniencia, o degustar una comida en una fonda con la prerrogativa de un descargo que a la hora de la hora puede ser suficiente para el pago de la propina, si el comensal no practica la tacañería. Y en esta veta la imaginación es inagotable: en la ciudad de Cuauhtémoc, Chihuahua, entidades privadas rifarán un vehículo como estímulo a la vida cívica. Así la situación, en unos doscientos años las elecciones pasarán a ser, ni más ni menos, que felices fiestas, aunque la democracia, como el niño que nació en Belén, sólo sea un pretexto mercadológico.
Para los que hoy reflexionan, va un obsequio de El pensador, del escultor Auguste Rodin, con la recomendación de que si adoptan esa postura en un balneario, se pongan bastante bloqueador solar, porque las quemaduras le pueden impedir concurrir a la casilla. Lo que son las prohibiciones: generan puras mamarrachadas como esta.
Y paparruchas, diría José Fuentes Mares, amén de otras cosas.