Si nos atenemos a la Constitución General de la República encontramos de manera indubitable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Además la estipulación suprema de que ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censura, exigir fianza, ni coartar la libertad de imprenta –aunque este último concepto ya va quedando como un arcaismo lingüístico. En la versión del clásico, podemos afirmar que en la formulación general, la libertad plena; y a continuación, los límites: que se respete la vida privada, a la moral (cualquier cosa que esto signifique) y la tan traída y llevada paz pública.

Por otra parte se protege a los “papeleros” –los pregoneros del periódico que cayeron en desuso– y la prohibición de la cárcel de impresores y operarios de las imprentas, lo que en todo caso debe previamente demostrarse por cuanto a la responsabilidad en que se incurre. Hasta aquí un apresurado resumen, que por otra parte simplemente es un refresco del conocimiento que los líderes partidarios tienen del código básico de la república, así sea una simple barnizada intelectual.

Volante contra Maru.
Volante contra Maru.

Lo anterior viene a cuento porque así como se revientan fiestas rave, ahora se ha puesto de moda reventar las campañas electorales negras, que con un exceso lingüístico se denominan “guerra sucia”, sin hacerse cargo de que ese terminajo se va sedimentando de manera peligrosa para la democracia misma. Pero en fin, hay conceptos que llegan para quedarse y ese es uno de ellos. Así las cosas, hemos visto a los panistas practicar detenciones y aprehensiones (hablo en términos no técnicos), que de alguna manera nos hablan de justicia por propia mano; y a los priístas descubrir bodegas con propaganda y hasta irse en contra de negociaciones mercantiles que se dedican a la industria de la impresión, apoyado esto último con la presencia del legislador Eloy García Tarín, desde luego charola de diputado en ristre.

Tengo para mí que estas acciones hablan de desesperación, baldados como están para subir el adecuado nivel de una campaña electoral de mediana calidad. A falta de ideas, escándalos; escándalos que, por otra parte, llegan con un aroma fétido a la nariz del ciudadano y lo convencen de quedarse en casa el día de la elección, es decir, incrementar al enorme ejército de abstencionistas, cuando lo que la pericia dicta que hay que elevar el índice de participantes, ya que sólo así se puede derrotar al PRI.

Pero preocupa que a través de mecanismos sumarísimos y hasta con la acción directa que niega la ley, se presenten camorristas a las afueras de una propiedad o de un negocio de imprenta a intervenir, a partir de simples delaciones o denuncias a modo. En igual circunstancia cuestiono que se detenga a ciudadanos que reparten impresos, sea porque le pagan, sea porque tenga la convicción de difundir contenidos. Esta nota es más que todo una advertencia, a la luz de la experiencia de cómo surgió el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. En otras palabras, como tengo barbas, no quiero ponerlas a remojar.