Llegó Guillermo Dowell Jr. a la presidencia estatal del PRI. Lo acompaña la exdiputada, excandidata y expublicana Liz Aguilera en la Secretaría General. Son los síntomas de la pálida toma de control que el grupo juarense, encabezado por Enrique Serrano, ejerce para la conducción de una campaña que empezó con el pie izquierdo y que no prende por ningún lado. Para dar muestras de su falso alejamiento de César Duarte, le dieron vacaciones pagadas a Karina Velázquez, que buscará ser diputada ante el Congreso local para cuidarle las espaldas al cacique en su séptimo y más delicado año. Conviene presentar un breve retrato del señor Dowell, con dos o tres aspectos, porque hay que decir que esta columna no acostumbra hacer biografías inútiles.

Si tuviéramos que definirlo, habría que empezar por señalar que es abogado, lo que ya es bastante si se pertenece al PRI. Además, se caracteriza por practicar la disciplina priísta a ultranza; es un hombre que sabe cumplir fielmente las instrucciones que recibe, sin reparar en lo más mínimo en el contenido esencial de las mismas. Él hace lo que le mandan y no acostumbra a salirse del libreto. Quizá en la Edad Media, por su tonsurado aspecto, habría tenido empedrado su camino a la santidad. Es hijo de un abogado talentoso y destacado, producto de la vieja Escuela de Derecho de la Universidad de Chihuahua, cuando no era autónoma, si es que alguna vez lo ha sido y en donde además se enseñaban cosas de alguna valía. En el despacho de Dowell padre se han soportado buena parte de las decisiones empresariales que tienen que ver con el desastroso desarrollo maquilador en la frontera y eso hace conjeturar, para el hijo, el que pueda jugar un enlace con un sector económico privilegiado y excluyente, quizá el que mejores esperanzas tenga en el futuro del antipático Enrique Serrano.

En el esbozo de vida de Dowell Jr. está el haber sido secretario del ayuntamiento en el gobierno de José Reyes Ferriz, justo a la hora de la guerra calderonista contra el narco, cuando corrió más sangre que en una guerra reciente y convencional entre dos o más estados. Él, junto con Reyes Ferriz, de muy negro pasado, entregaron la plaza de Ciudad Juárez al Ejército mexicano, que dio inicio a un trágico momento de la muy dolorida ciudad fronteriza. Así, con ese antecedente, se ligó fuertemente al duartismo al que sirvió en varios cargos, formales e informales, entre ellos el de representarlo.

Así preparan su campaña, así prefiguran lo que pudiera ser un gobierno entreguista, que lejos de hacer algo por Chihuahua, lo han dejado en el colapso. Pero así es Enrique Serrano. Y como dice el refrán, con dichos bueyes pretende arar. Y es que no tienen de otros.

 

 

Lucía Chavira o cuando Delicias se cambió a Chihuahua

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Con la presencia del sobrino de Fernando Baeza –José Reyes– y la plana mayor del grupo de la exhacienda de las Delicias, se presentó en sociedad a Lucía Chavira. En realidad se trata de un desplazamiento grupal, ya que en la propia tierra poco tienen que hacer, como lo demostró la candidatura de Tony Meléndez, en la que se suponía era una especie de capital política del estado. En otras palabras: Chihuahua se convierte en el marco para el mejor refugio de un grupo que si bien no está muerto ya huele a formol.

Pero ese tema en la coyuntura no es el más importante. Lo mejor de la presentación de la señora Lucía Chavira fue su anuncio de que la corrupción en su gobierno no pasará. Elípticamente esas palabras fueron a rebotar al patio de Javier Garfio, ni más ni menos que coordinador duartista de la campaña serranista, pues cuando en Chihuahua se plantea el tema de la corrupción no hay más para dónde voltear si no es al cortijo de Duarte y sus cómplices.

Se podrá cuestionar que aún en el peor de los casos que esto se diga en un discurso político tiene importancia y hasta podría convenir en ello, pero si recuerdo la era de la renovación moral de la sociedad, inaugurada por Miguel De la Madrid Hurtado, de 1982 a 1988, tiendo a descreer que ese discurso tenga seriedad por su consecuencia. Y pruebas no faltan: con motivo del caso Aeroshow, la impunidad brota por todos lados. Nadie puede creer que solo Panchito sea el culpable y que además lo pague con cárcel. Además, está la corrupción de Jorge Luis Cuesta Manjarrez y Javier Cháirez que se prohijó durante la administración de Marco Adán Quezada y que denota cómo sumas millonarias van a parar en beneficio de manos privadas sin que pase absolutamente nada. Incluso la bofetada de permitirle a Cháirez asumir su regiduría se convierte en una mancha difícil de lavar.

Por eso no está exento el Evangelio de una que otra razón: Por sus hechos (frutos) los conoceréis.