diablo-pc14feb2014

En los últimos días una amiga muy querida, de cuyo nombre sí me acuerdo pero no quiero mencionar, cuestionó el quehacer de esta columna bajo el argumento que pudo herir mi vanidad, señalando que me ocupara de cosas de mayor trascendencia y no de cosas de la vida ordinaria. Discrepo. Muchas veces lo pequeño del acontecer político o cultural habla de la persistencia de un malestar que proviene de las estructuras más altas y se acendra hacia lo superficial, que como es fácil de entender, está más al alcance de la comprensión de la inmensa mayoría. Así las cosas, continuaremos la tarea sin un metro en la mano que nos diga qué es grande y qué es pequeño, bajo la divisa de que al final todo es importante, haciéndonos cargo de que me genera un déficit de simpatías en un sector, que se ve recompensado con nuevas coincidencias con personas que jamás hubiéramos imaginado. Cuando mi amiga me hacía sus observaciones, desde luego benevolentes, yo recordé lo que no ha mucho escribió Denisse Dresser:

“Quisiera comenzar recordando cuál es la misión del crítico, en cualquier sociedad democrática, ‘decir la verdad y avergonzar al diablo’, como sugería Walter Lippman, ser odiado por todos los bandos. Sentarse frente a la pantalla o ante la computadora y ser amigo de nadie. Desplegar la honestidad y el coraje para proteger a la sociedad del gangsterismo, venga del gobierno o del sector privado. Ser censor implacable del poder porque esa es la única manera de democratizar su ejercicio”.

 

Lo cual no me impide implorar que continúe el cariño que se me tiene y que es recíproco.