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Ayer se reunieron en Chihuahua un grupo de gobernadores, básicamente del norte del país (Durango, Jorge Herrera Caldera; Zacatecas, Miguel Alonso Reyes; Coahuila, Rubén Moreira Valdez; Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz; Tamaulipas, Egidio Torre Cantú y Sinaloa, Mario López Valdez), con un carácter más escenográfico que real, si tomamos en cuenta que el presidencialismo peñanietista no ve con buenos ojos ni Conagos ni Conaguitos. Añorantes de tiempos idos, se congregan para esbozar proyectos, deseos y más que todo, apariencia de trabajo. Para variar, la zona aledaña al palacio de gobierno se convirtió en un búnker y se causaron molestias sin fin a los peatones y automovilistas. Planearon cosas aunque aterrizarlas entraña ir dócilmente a Los Pinos y –oportunidad de oportunidades– fue la ocasión para que ya se propale a los cuatro vientos que Chihuahua tendrá salida al mar (¡recáspita! que encalla en los litorales del Chuvíscar).

El territorio de Chihuahua, y luego la entidad federativa, nunca ha tenido vedada su posibilidad de llegar al mar océano ni al gran Golfo de México. He sabido por la arqueología que los paquimeítas hace ya varios siglos llegaban a las costas, comerciaban y traían a la región de Casas Grandes materiales que utilizaban en sus transacciones y en su arquitectura. Si en realidad hubo aislamiento fue por las condiciones orográficas (hubo mucho tiempo en el que fue más fácil ir a la Ciudad de México que a alguna población de Sonora, por ejemplo). Quien haya leído los Bandidos de Río Frío, de Payno, si mi memoria no falla, encontrará una buena descripción de comerciantes de Chihuahua allá por la Ciudad de México.

Durante el porfiriato el trazo de las vías férreas habla muy claramente de un crecimiento económico hacia afuera, expoliador, pero cuanto producto o mercancía chihuahuense quería salir al mar, no tenía trabas, sobre todo luego de la abolición de las alcabalas. Durante el gobierno de López Mateos se concluyó el viejo proyecto de enlazar el territorio chihuahuense con el puerto sinaloense de Topolobampo. Ese fue el mérito del ferrocarril Chihuahua-Pacífico que se inauguró en los tiempos del gobernandor Teófilo Borunda sin tantas fanfarrias. ¿Entonces a qué viene todo este cuento duartista de que ya tenemos salida al mar? A una mentira más para engañar incautos.

Cuando uno escucha el dramatismo que se le da a esta noticia, tendería a pensar que Chihuahua está en la condición actual de Bolivia que perdió a fines del siglo XIX, a consecuencia de la Guerra del Pacífico, la posibilidad de tener salida al mar, luego de que le segregaron el territorio y puerto de Antofagasta, que no ha recuperado hasta hoy, siendo un país de continente adentro por entero. Nada más lejos de la situación de Chihuahua, que hace muchos años puede llegar lo mismo a Sonora que a Sinaloa, que a Jalisco, a Tamaulipas o Veracruz. Si algo le debemos a los gobiernos del PRI es precisamente que hayan angostado esas salidas al reducir al Ch-P del tramo que iba de Juárez, pasando Casas Grandes y Madera, para llegar a La Junta, Guerrero y de ahí al mar. La ferrovía y sus durmientes fueron levantados cuando se abandonaron los ferrocarriles de este país. Si bien la ruta Ojinaga-Chihuahua no fue levantada, se cancelaron los trenes. Y así sucedió con otros ferrocarriles que llegó a tener Chihuahua. Es lo primero que debieron explicar quienes hoy demagógicamente hablan de esta salida al mar.

Que falta una red carretera (mejor que fueran ferrocarriles) más consistente y moderna en los estados norteños, ni quién lo duda. Pero esa necesidad es de todos los estados, no de un Chihuahua sediento de llegar al mar y hoy a punto de lograrlo, según la demagogia del cacique.

Pero aparte de eso ayer se escuchó el chascarrillo de que qué bueno que ahora Duarte visitó Chihuahua, acompañado de los gobernadores con los que gasta el tiempo que debiera dedicarle al estado.