Ahora que se publicita, como si estuviéramos en una gran campaña electoral para gobernador, la imagen rejuvenecida –muy rejuvenecida– de la senadora (¡qué paradoja!) Graciela Ortiz González, nos damos cuenta que estas hazañas hubieran sido imposibles en los tiempos en los que Louis Daguerre le dio un gran jalón al desarrollo de la fotografía. Y es que la pretendienta a suceder a César Duarte aparece en figura de hace muchos años; pareciera que también en ese plan le quiere jugar las contras a su compañera de bancada, Lilia Merodio. Quien simula estas cosas, ahora con el apoyo del fotochop, y si me apuran un poco, la cirugía estética, mañana va a recurrir a las mismas artes para gobernar en el eventual caso de que se convirtiera en la primera mujer titular del Ejecutivo en Chihuahua.
En realidad sé que van a reconvenirme por esta cápsula de mi columna, pero soy de los que piensa que las elecciones son algo más que un espectáculo, mucho más que publicitar una buena imagen personal que no se corresponde con la realidad generacional, en este caso de la aspirante priísta. Incluso lanza el mensaje de que aquellos que están en su edad ya no son dignos de aspirar. El recuerdo de Daguerre no es gratuito, el gran inventor hubiera obtenido una placa con su imagen digna de sus años, con toda la prestancia que le podrían dar y hasta, si llégase a caer en manos de un Julio Cortázar, la pondría en algún célebre collage literario, como una buena abuelita que aspiró a cargos de importancia. Por eso dije ayer, cuando la confundí con alguna de sus núbiles descendientes, que daba lugar a preguntarse: ¿Quién es ella? Para luego decir que la pregunta tenía un claro olor a daguerrotipo decimonónico.
Y es que desde que Peña Nieto hizo escuela como un chico Televisa, marcó caminos a quienes viven más de la espuma que de las cosas reales y concretas.
El humanismo según Luis Alberto Fierro
Luis Alberto Fierro Ramírez, director de la facultad de Filosofía y letras de la UACH se puso grave y pronunció palabras que en otro tiempo y en otras circunstancias podrían haber dado lugar a la construcción de frases célebres. En síntesis dice que hay que retomar el camino del humanismo y la educación, y aun sostiene que eso es lo que crea las bases para el desarrollo de las ciencias. Textualmente apuntala la tesis de que “hoy en día estamos cosificando la educación, esa es la parte peligrosa donde consideramos a la educación como un producto terminado, como lo que se ofrece en las escuelas, por lo que se debe establecer qué se quiere como sociedad, qué necesitamos, y empezar a desarrollar nuevos contenidos y valores para destapar una actuación de solidaridad común.
Simple declamación de engañosas intenciones, no honradas en la realidad. Resulta que el señor Fierro Ramírez –adalid del humanismo– no pensaba así hace un año, cuando firmó el abyecto desplegado de todos los rectores, con la excepción de el de la UACJ, Ricardo Duarte Jáquez, por obvias razones, de solidaridad con el cacique del estado y tildando de enfermos mentales prácticamente a todos los que luchen contra la corrupción política en el estado. Tan poco humanista fue ese texto de encargo que contiene una buena cantidad de dislates en materia de sintaxis, ortografía y no se diga contenido. Fierro Ramírez tiene de humanista en los hechos lo que Agustín Lara tuvo de Charles Atlas.