La ciudad de Chihuahua no ha tenido autoridades que posean un verdadero sentido de su patrimonio cultural construido, incluyendo en él particularmente su estatuaria a la que paso a referirme con motivo de la suerte que ha corrido el maestro, historiador, filósofo y gastrónomo José Fuentes Mares. De suyo mencionar su nombre es recordar una época especial en la historia regional, reflejo de lo que se vivía en el país. Quien esto escribe, y no es el caso reseñarlas, tiene no pocas discrepancias con el personaje, pero eso no es obstáculo para reconocerle su valía como hombre y como pensador. Ha corrido mucha tinta al respecto y, a su tiempo, el mismo Fuentes Mares supo tomar con excelente buen humor las obras de encargo que se le hicieron, una referida a cuando México se refugió en el desierto, y la otra sobre su apología a la llamada Sultana del norte, Monterrey. En alguna ocasión le escuché que siempre le preguntaban por esa producción y no por otra en la que la acuiciosidad del pensador e investigador se pusiera de manifiesto, digamos la obra sobe Juárez, el expansionismo norteamericano y la autobiografía que a su tiempo publicó en paralelo al nombre de la que hizo Pablo Neruda, que la denominó Extravagario, en las antípodas de la del chihuahuense, que la denominó Intravagario.

Pero no es de esto realmente de lo que me ocupo hoy. Creo que nunca pensó el ilustre Fuentes Mares, que a su muerte su recuerdo fuera a estar tan movido, tan agitado, pero para su desventura, no por las polémicas que causan sus tesis, sino porque una estatua de bronce de su persona la han traído para arriba y para abajo, instalada en un lugar, vamos a decir, adecuado de origen; luego cambiada a un sitio verdaderamente grotesco y urbanísticamente inadmisible. Sólo alguien que no sabe nada de estos menesteres del urbanismo pudo haberlo realizado. Pero es el precio de haber estado gobernados en el municipio de Chihuahua por ígnaros de muy buena talla.

Pues bien, ahora va a regresar a un lugar más adecuado (lástima de la plasta de hormigón que llevará como base) y pronto será develada en un espacio en el que se le pueda apreciar, ligado a instituciones de la cultura y como una parte de un paseo donde al ver la estatua el paseante pueda detener sus pasos y recordar, así sea superficialmente, el papel que un hombre como Fuentes Mares ha jugado en la cultura del mundo, del país y de Chihuahua. Estará en la calle Segunda y Paseo Bolívar, sin duda más adecuado. No extraña que esto haya sido logrado bajo los buenos oficios de la Fundación Fuentes Mares, que tengo entendido aportó numerario, y por gente cercana a la figura del filósofo y hombre de letras. Qué bueno que se remedien las cosas así, pero qué despreciable que de origen no se tomen decisiones pertinentes y se respeten, precisamente para hacer ciudad.

Porque la desgracia de la memoria de Fuentes Mares a que me refiero no ha llegado sola, y van dos ejemplos: Patricio Martínez García, que no tuvo más imaginación para gastar excedentes petroleros que hacer plazas y estadios, se le ocurrió construir, para recordar a su Madrid querida, la Plaza Mayor de Chihuahua, con un ángel que dicen que es arcángel, y otra estatuaria incoherentemente dispuesta al lado de ese ente ambiguo e ícono religioso: el jefe apache Victorio; el heroico cadete Agustín Melgar y un jinete en su brioso penco en faenas propias de la ganadería. Pues mal, llegó César Duarte y a esta última se la llevó a las instalaciones de la Feria de Santa Rita y hoy nada más está el pedestal y algunos herrajes que la anclaban.

El otro ejemplo es el monumento que originalmente estuvo en el Panteón de la Regla (una especie clásica de Partenón) dedicado a hombres ilustres, que luego fue trasladado a la Ciudad Deportiva, en un proyecto arquitectónico y escultórico que tenía en un primer plano una gran puerta en arco que da a la hoy Avenida Tecnológico, que visualmente remataba en ese Partenón y en la estatua superior del estadio, donde se representa a Discóbolo. ¿Qué pasó? Pues a alguna autoridad se le ocurrió llevarse el Partenón a la Ciudad Universitaria, y en la base donde estuvo éste, colocaron un tablero de ajedrez con sus 64 escaques, 32 negros y 32 blancos. Tonterías, sin más. Por lo pronto, deseo para José Fuentes Mares el sosiego de su bronce, quizá sólo en riesgo frente a los rateros de metales, tanto de los que tienen calidad de malandrines como de los muy potentados chatarreros del estado.