La liturgia les seduce. Son adictos y adictas a los ritos y siempre están pendientes de las reglas del ceremonial. Creen en las formalidades vacías y se olvidan de los contenidos esenciales y, además, piensan que nadie los está viendo, o de plano que hay una ciudadanía tonta e inerte. Tenemos en presencia un alud de informes de diputados locales y federales, de senadoras y senadores, y los más, lejos de ser ejercicios emparentados con la rendición de cuentas, son eventos de simulación, de dejarse ver, más cuando lo que importa no es propiamente hablar de lo que se ha hecho, sino el puerto de llegada hacia una futura candidatura, y de ahí continuar en el pandero político, de ese que se paga munificentemente con dinero público. Así, hemos visto desfilar por la pasarela a muchos y a muchas, y por ser Chihuahua un estado en circunstancia preelectoral, esto se ha acrecentado de manera notable en términos mediáticos.

Si esta columna tuviera que entregar un premio a estos oficios de la liturgia política, no cabe duda que el galardón lo obtendrían dos mujeres de diversos partidos, pero de iguales maneras. Escribo de la diputada María Eugenia Campos y de Lilia Merodio. Ambas tienen un común denominador: como la función legislativa propiamente es una tarea colegiada en la que ciertamente se pueden hacer matices del aporte personal, a la postre el peso del colegio y del partido diluye el mérito individual, cuando lo hay, que luego se magnifica. Al fin y al cabo que vivimos en una sociedad en la que no hay crónica parlamentaria, por razones obvias. El gran periodista Miguel Ángel Granados Chapa hizo ejercicio en este género, pero tengo para mí que se retiró del mismo cuando se percató de que sin parlamento no puede haber crónica. Ese distintivo común, entonces, se desliza bajo la trillada palabra de “bajé recursos”, dando a entender que gracias a su gestión hay tales y cuales bienes públicos en tales y cuales localidades del territorio, privilegiando aquel que demarca el puesto público futuro al que se aspira.

De las cuatro funciones mínima en que se clasifica la actividad de un representante congresional –legislar, expedir nombramientos, fiscalizar y gestionar– se exacerba lo que tiene que ver con la dádiva clientelar. Suelen decir: “como diputada les dí…”, “como senadora les obtuve…”, dándose la grotesca circunstancia de que eso mismo lo informe el alcalde, lo diga el gobernador, lo repita el secretario de estado, y sin duda el presidente de la república. Como es muy sensible el tema, a veces se cae en lo burdo y ya no se distingue dónde empieza el diputado o senador, y dónde empieza el alcalde. Pero parece ser que es una moda que llegó para quedarse, desgracia de la sociedad y el atraso, porque luego eso se pasa de contrabando como rendición de cuentas, que como sabemos es otra cosa muy distinta. El caso es aparecer como gran dador o dadora.

Pero anuncié un trofeo y allá voy: María Eugenia Campos llenó un auditorio plural en el que se dieron cita no tan sólo quienes van a escuchar el informe de una labor políticamente partidaria, sin negar que puede salirse de ese campo. Pero lo mismo estuvo el PRI que el Partido Verde, y hasta –¡faltaba más!– un representante directo de César Duarte en la persona de Jaime Herrera Corral, el secretario de Hacienda cómplice en la escandalosa corrupción conocida como Unión Progreso. Cualquiera puede pensar que eso se llama urbanidad. Bueno. Dónde hay un exceso de parte de la diputada es cuando afirma: “Todos los que estamos aquí presentes estoy segura que estamos aquí por el entrañable amor que le tenemos a Chihuahua”. Cuando uno escucha estas cosas no tiene menos que pensar que en la panista no hay pudor y seguramente tampoco arrebol en las mejillas para avergonzarse. ¿Cómo puede presumir que ha tenido una gran labor en fiscalización de las finanzas públicas, cuando lo hace con esta cortesanía ante uno de los más grandes corruptos que ha pasado por la jefatura de las finanzas estatales? Aquí hay hipocresía y pragmatismo ruin. Es que no ha entendido el sentido de la declaración de su pastor, César Jáuregui, cuando afirma que al PAN le ha faltado acercarse a la ciudadanía.

Pero seguramente a la diputada esto le importa poco, porque si bien ella llega a esta segunda etapa, a leguas se nota que no quiere llegar a la tercera en ropajes de diputada. Para nada. Ella busca una candidatura para convertirse en la primera alcaldesa de Chihuahua, y así lo ha declarado, y así se advierte en sus redes sociales. Tiene derecho, lo que pasa es que falta a la moraleja de la cultura democrática que se involucra en estas cosas.

Para que no se advierta totalmente ríspida esta columna, he de reconocer que la diputada fue sincera cuando se mostró absolutamente partidaria del pensamiento de la ultraderecha, que sale en defensa de una concepción periclitada de la familia y sobre todo en contra del matrimonio igualitario; lo que quiere decir que no tiene compromiso con el Estado de derecho ni con la nueva era derechohumanista establecida constitucionalmente en 2011, donde ha quedado proscrita la discriminación por motivos de preferencia u orientación sexual. La parte interesada debe tomar nota de esto, porque es tan flexible el lenguaje que mañana se puede afirmar lo electoralmente útil.

Con este discurso suena absolutamente vacía la conclusión del informe de doña María Eugenia Campos: “Estoy decidida –dijo– a no atemorizarme ante la embestida del sistema y las amenazas recurrentes”. ¿Será?, ¿quién, cómo, cuándo, por qué?