Hace tiempo polemizamos aquí en Chihuahua al interior del movimiento feminista la representación simbólica de las mujeres en el poder. Hubo quienes argumentaron lo positivo que era que las féminas, independientemente de partidos, hacían una contribución grande cuando ocupaban un cargo tradicionalmente en manos de varones, en apego a la acendrada cultura patriarcal. Si bien el argumento no tiene la razón, con mayúscula, no está exenta de razones. Se ponían ejemplos de alto calado como Golda Meir, la destacada judía que gobernó Israel; Indira Gandhi, que hizo lo propio en India; María Estela Martínez de Perón en Argentina; Margaret Thatcher, en Inglaterra; y desde luego los ejemplos nacionales de la época de esa polémica olvidada, como Rosa Luz Alegría Escamilla y las que en tierra chihuahuense podían quedar como parangón de todas estas.
Todo esto sale a colación por el reciente papel que viene desempeñando la senadora Graciela Ortiz, sobre todo en el ámbito local y las briznas que consigue le encomienden en la arena nacional. Al grano: recientemente y en el escenario de la pasada comparecencia senatorial del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, la señora Ortiz, moviéndose en los márgenes que le deja el duartismo aquí en Chihuahua, nos viene con el cuento chino de que el estado “es un ejemplo de la disminución de la violencia”. Pareciera que mentir de manera pertinaz es el oficio de quienes quieren ascender a cargos de mayor importancia. El problema de la magnitud de la violencia no es exclusivamente de números, de guarismos más o menos altos, sin que esto signifique denostar las estadísticas. Pero afirmar esa disminución a la luz de lo que vemos, por ejemplo, en Guadalupe y Calvo, Guachochi, Chínipas, Urique, los pabellones de la miseria de Juárez, el apoderamiento del narco de no pocos gobiernos municipales y la sistemática herida del feminicidio que no cesa, le ponen un tapón en la boca a la senadora priísta, que simple y llanamente privilegia sus intereses políticos frente a los de la sociedad que padece una sorda violencia que ya ni siquiera llega a las barandillas y que se traduce en atracos en todas las ciudades, comercialización permanente de narcóticos, robos a casa habitación, homicidios por ejecución que no terminan, bandas organizadas para el robo de llantas y todo eso que se puede acumular como datos ciertos y que no figuran en el discurso ante la tribuna senatorial. Recientemente, sólo por abundar, un nutrido grupo de turistas alemanes y canadienses, fue asaltado en Bocoyna, una zona turística que se presume de primer mundo, y nada menos en los últimos días se reportó una nueva desaparición de una joven de 17 años en Juárez, y el director de un centro de rehabilitación fue detenido en Parral por golpear con un bat a internos y a su propia pareja.
Pero no me quiero llamar a sorprendido con la conducta de la senadora, ella tiene su propia historia, y bien ganada. Con todo y su representación simbólica, participó de un gobierno feminicida y detractor de los derechos humanos y las organizaciones de mujeres que los preconizan, cuando fue figura destacada en el gobierno de Patricio Martínez García, su co-legislador (vaya eufemismo) en la llamada Cámara Alta, mujer sin duda, pero absolutamente comprometida con un gobierno que tuvo profundo desprecio por la perspectiva de género como lo fue el del delincuente Martínez García. Ella estaba en el poder cuando aconteció lo del Campo Algodonero, por recordar un ejemplo de alta magnitud, y quién puede olvidar que era secretaria general de Gobierno a inicios del cacicazgo duartista, cuando Marisela Ortiz fue ultimada a las puertas del Palacio de Gobierno.
Así es, no nos sorprende que ahora nos venga con el cuento de esa ejemplaridad chihuahuense con la que se les llena la boca a los priístas de estas tierras. Y la razón es obvia: para este tipo de políticas, la verdad no es rentable, la simulación sí, y como ella quiere contar con los apoyos suficientes para convertirse en candidata del PRI a la gubernatura, entonces se convierte en escudera de un secretario de Gobernación en aprietos inocultables, por lo de Ayotzinapa, y en paraguas del duartismo, que se cae a pedazos en Chihuahua. Empedrando de esa manera el camino piensa que avanza hacia la codiciada candidatura y, no lo pongo en duda, creo que para su pedestre utilitarismo, se mueve bajo la lógica del poder y hasta puede resultar premiada. Ya nada extraña en este país.
Pero de ahí a que piense la aspirante que nos vamos a creer eso de su representación simbólica por el solo hecho de ver una protagonista en una empresa de poder de primer nivel, hay un abismo. Es famosa la frase de lobo con piel de oveja; la recuerdo para que nadie se vaya con la idea de que por su condición de género –simbólica– ella representará a las mujeres. Es tan patriarcal como el más redomado machista que habita en el PRI. Y por la víspera, los días.