Los cambios en el gabinete de Peña Nieto se concretaron a un conjunto de reasignaciones burocráticas. En realidad, es de ingenuos pensar que pudo haber sido de otra manera, ya que el gobierno de la república naufraga en la ineficiencia, la corrupción y, a lo que se ve, todo esto marcado por la ambición de repetir con otro sexenio a partir de 2018, lo que se ve difícil. No me ocuparé entonces mayormente del asunto, pero sí me interesa dejar algunas líneas en relación al nombramiento como Secretaria de Relaciones Exteriores a la señora Claudia Ruiz Massieu Salinas.

Examinando su trayectoria, uno puede pensar que ha cuidado su formación académica, pero en un mundo de apariencias en torno a esto, nada se puede afirmar que tenga contundencia. Ahora hay maestros y doctores hasta debajo de los ladrillos. Ya adentrándose más, resalta su parentesco con dos políticos importantes de la década de los noventa: de un lado Carlos Salinas de Gortari, su tío; de otro, el cuñado de éste, José Francisco Ruiz Massieu, su padre, exgobernador de Guerrero, con todo lo que esto significa, y asesinado en circunstancias hoy no esclarecidas, cuando ocupaba el cargo de Secretario General del PRI. A esto sumamos que detentó el cargo evidentemente por las palancas empleadas a propósito, llegando en dos ocasiones a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, por el camino empedrado de la vía de la representación proporcional (plurinominal). Su camino al senado fracasó.

En el pasado inmediato fue designada Secretaria de Turismo, al inicio del gobierno de Peña Nieto, para de ahí brincar a la Cancillería como titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Esta secretaría es el eje central de las relaciones de México con el planeta, con un mundo cada vez más complejo y que por tanto requeriría de una talla más experimentada para la designación de la titular. Alguien dijo, como para morirse de risa, o de dolor, que su estancia en Turismo le dio conocimiento del mundo. Así están de apologéticas las plumas al servicio de Peña Nieto. En realidad estamos frente a un despropósito, a una atrocidad, a un acto de nepotismo y obediencia a la casa Salinas y sus ramificaciones corruptas en varias partes del mundo, y es doblemente lamentable que se arriesgue la Cancillería con una persona como doña Claudia, que vive más atenta de la familia y sus lamentaciones, que propiamente de una reflexión que tenga que ver con el cargo que hoy ocupa.

No hablo de memoria, la tesis con la que se tituló de Licenciatura en Derecho es Pensamiento jurídico de José Francisco Ruiz Massieu en derecho constitucional y derecho administrativo, cuando todo mundo sabemos que en el pensamiento jurídico contemporáneo, el nombre de su padre no figura entre los notables de ambas materias. Pero pues cada quien con su complejo de Elektra.

La política exterior mexicana, como se sabe por infinidad de estudios históricos y personajes, contiene una gran riqueza contra la que se va a la hora de hacer designaciones políticas en esa área, por compadrazgos inocultables. Por eso, la estupenda colección que publicó El Colegio de México recientemente bajo el título de Los grandes problemas de México (16 tomos), y sobre las relaciones internacionales (tomo 12), coordinado por Blanca Torres y Gustavo Vega, es el más voluminoso de ese monumental estudio con más de setecientas páginas. A través de ellas se comprende la compleja tarea de la Cancillería. No es propiamente un enfoque histórico, sino un cuidadoso análisis de los contenidos y problemas de la política internacional de México, que estarán a cargo ahora de Claudia Ruiz Massieu Salinas, a mi juicio sin la estatura que el cargo en sí mismo recomienda.

En ese tomo se examinan problemas tan importantes como el desvanecimiento de la ruta de la ambición nacional de México, también el problema de la estabilidad y la paz mundiales, el papel de la diplomacia en el desarme, la universalidad de los derechos humanos y la asistencia humanitaria, el problema del narcotráfico en México y su perspectiva latinoamericana, el problema de la migración a Estados Unidos, en su fondo. Sumo a esto el examen que hace en esta obra el académico Jorge A. Schiavon de las relaciones internacionales que no pocos gobiernos estatales están estableciendo, sin una visión de conjunto del país y que nos hacen pensar en los riesgos de la balcanización; también está la temática de la inversión extranjera, el papel de los actores trasnacionales y el cúmulo de problemas de las relaciones laterales y multilaterales con América Latina, El Caribe, Estados Unidos, Europa, Asia Pacífico, Japón, China, que es ya imprescindible, y el papel de los órganos internacionales, como el Consejo de Seguridad y todo lo que tiene que ver con la globalidad en materia económica y comercial.

Pues bien, para atender un racimo tan complejo de temas y problemas como los enumerados y que tomo del aporte de El Colegio de México, se ha nombrado a una persona absolutamente improvisada, extraída de las relaciones familiares y políticas, y eso obviamente que se decanta en convertir las instituciones, incluso las más prestigiadas como la SRE, en una palanca para negocios de otro tipo. Mal va el país con estas erráticas decisiones, y sólo queda una lección: para ocupar un cargo, el que sea y con la importancia que sea, no hay como tener un buen tío. Es una pena que ahora el golpe lo padezca una institución por la que han pasado hombres y mujeres verdaderamente grandes, independientemente de la coincidencia o simpatía política que se pueda haber tenido por ellos.

Así las cosas, el naufragio del peñanietismo está a la vista. En el mundo, cuando examinan a México y ven este tipo de nombramientos, se produce un sentimiento de burla y estupor; pero el presidente se empeña en moverse como el hombre del pantano: sólo para hundirse más.