Ayer Constancio Miranda Weckmann, cliente frecuente de esta columna, nos volvió a dar tema. Se apoya en el evangelio de Marcos (en aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos) para lanzarse en contra de la comercialización –la de la iglesia católica no ha terminado a cinco siglos de que Lutero condenó la venta de indulgencias–, contra cosas que no son señaladas por nombre y apellido, porque de ser así, y ya que él actúa enfundado en casulla y mitra cosidas con hilo de oro, la interpretación que hace del evangelio se le revertiría absolutamente en contra. Dice él que nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, y que lo que sale de adentro es lo que hace impuro al hombre… Salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo y frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro, enfatizó, y hacen al hombre impuro.
Quizá por eso Miranda usa varias capas de vestuario y quizás por eso también se pronuncia contra lo externo, contra lo que ven los ojos, que para él son simples apariencias.
Recientes investigaciones de especialistas y teólogos de la talla de Hans Kung están revalorando el judaísmo, quiénes eran los fariseos y los escribas, y al parecer a don Constancio todo esto le pasa de noche, porque más allá de una interpretación literal de la lectura que hizo del evangelio, se antoja que los fariseos tuvieron razón: hay que lavarse las manos antes de comer, y como lo recuerdan en los restaurantes: también después de ir al baño. Sin embargo, por ser tan atlacomulqueño don Constancio, él sí sabe lavarse las manos con agua sucia, al más puro estilo priísta. Pobre grey con esos pastores.
Se antoja que cuando hizo su interpretación estaba describiendo a su círculo íntimo de amigos. Pero eso quién lo sabe. Todas estas sandeces, en realidad, se le pueden espetar a la feligresía báculo en mano.
César Camacho: también firma sin ver
Lea y ríase: el cronoadicto César Camacho, de pelo engominado y costumbres duartistas, pues firma sin ver, me envió una carta de esas que una máquina produce apoyándose en el Registro Nacional de Electores, que empieza así: “Jaime García Chávez, presente. Estimado amigo priísta…”. Se pone confianzudo y me habla de tú, que es lo de menos, y hasta me da una clave personal “para que continúes participando en las actividades del partido”.
Ría un poco.