La crisis del PRD no tiene por qué concebirse como la crisis de la totalidad de la izquierda. Sin embargo, no hay duda de que la afecta por la ruinosa conducción que ha tenido a lo largo de los últimos años. Hoy los grupos que defenestraron a este partido andan a la búsqueda de una solución que les permita reacomodarse en el futuro, con vistas sobre todo a la elección de 2018. Dentro de eso hay algo que llama poderosamente la atención: el PRD busca un presidente nacional en las afueras del propio partido; uno de esos prospectos, José Woldenberg, tuvo el tino, de manera instantánea, de señalar que el PRD no tiene ni pies ni cabeza, declinando hasta la mera posibilidad de que su nombre se barajara entre los posibles. Su respuesta fue “no” y es digna de reconocimiento, no tanto porque ponga distancia con el partido, sino porque en esencia se trata de algo que no puede ser, aunque se le matice de muy buenas intenciones. Porque recordemos que las buenas personas son las que emprenden y colaboran a sacar adelante las más negras decisiones.

Todos sabemos que lo natural en un partido, el que sea, debe emerger de su interior, pues de ninguna manera se trata de una corporación dedicada a los negocios que salga al mercado de cerebros a la compra o renta de talento gerencial para ponerlo al frente. La política no es así, y la de izquierda, si al PRD todavía se le puede ubicar ahí, menos. Por eso es dable pensar que el remedio propuesto para regenerar al partido que surgió luego del fraude electoral salinista, naufragará más temprano que tarde, y vaya que quiero equivocarme. Cuando se piensa en el PRD, uno imagina de inmediato la respuesta que se da a la pregunta cuando un despistado busca los sanitarios en un cine, un restaurante o un café: ¿Dónde está la izquierda? Para recibir la respuesta: al fondo, a la derecha. Porque efectivamente, el PRD se fue al sótano y con el Pacto por México se sumó, contra natura, a la derecha neoliberal. Y ahí están los saldos a la vista de todos.

Esta semana se dio a conocer la posibilidad de sacar de un think tank a Agustín Basave Benítez, un hombre con linaje en el mundo de la cultura. Sin duda Agustín tiene un nombre, quiero decir, no se trata de un donadie. Es un académico e intelectual con obra publicada: México mestizo, Historia silenciosa, Antología de Andrés Molina Enríquez, El Nacionalismo, Mexicanidad y esquizofrenia, respaldada por buenas editoriales y, más allá de coincidencias o discrepancias, trabajos bien solventados y que además denota sus filias con el progresismo. También fue priísta e intentó, tardíamente, su renovación para adscribirlo a la socialdemocracia, tarea que ha resultado más que imposible por razones que en otras ocasiones he comentado.

Se trata de un hombre con experiencia política: diputado y diplomático en Irlanda. En su tiempo fue colosista y de alguna manera la muerte del sonorense le truncó sus escaleras al poder. Como rupturista en el PRI no se le puede catalogar de otra manera que lo fue tardíamente: en 2002 abandonó las filas del viejo partido hegemónico, cuando ya la ruptura esencial de 1988, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, empezaba a tener un olor a rancio. Con Fox en el poder, el PRI aparecía exclusivamente como unas ruinas arqueológicas, aunque ya ven que resurgió de entre sus piedras, pero Agustín, atinadamente, ya no se reintegró.

De llegar Agustín Basave al cargo, su problema serán las famosas tribus, que bien haríamos en denominar mafias en las que se involucran ya no tan sólo descarnados proyectos de poder, sino infinidad de intereses económicos muy difíciles de liquidar para hacer de ese partido lo que pudo haber sido y, a mi juicio, ya no fue. Quizá peque de ingenuidad al recordarle a Basave Benítez que hoy los jefes de esas tribus le ponen cara bonita para encaramarlo a una presidencia con muy poca capacidad de maniobra. Aprovecharían su empaque pero muy pronto los güelfos y gibelinos, que continuarían con sus puñaladas traperas, no batallarían mucho en desecharlo, salvada la circunstancia en la que él les estaría prestando una especie de socorro inmerecido. Si tuviésemos que emplear una figura médica, el PRD está ya no en la necesidad de una cirugía mayor; su estancia en la sala de terapia intensiva ya se ha prolongado tanto como una forma de no reconocer que ha muerto, aunque se le mantengan artificialmente activos algunos signos vitales.

Al PRD le será difícil reencontrar el camino, verse en el espejo para corregirse. La inmensa mayoría de sus líderes están afuera, tuvieron que dejar la organización porque ya no había oxígeno para respirar: Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador están en otros proyectos y son inconvocables para regenerar a una cadavérica organización. En lo local, expresidentes como Antonio Becerra Gaytán, Víctor Orozco Orozco, Luis Javier Valero y el que esto escribe, también formamos parte de la diáspora. El PRD es un proyecto corrompido de poder irreformable y Agustín Basave está consciente de ello y jamás podrá llamarse a engaño. No quiero dejar de lado la dosis de generosidad que desea aportar este intelectual; incluso le deseo que de consumarse su designación, le vaya bien porque realmente se lo merece.

Termino esta nota deplorando el casi nulo papel que juegan los intelectuales actualmente con relación a la izquierda, tan necesaria en la coyuntura que vive el país. Hemos visto una especie de bovarismo en ellos: están insatisfechos con lo que hay, lo dicen en privado, pero no cruzan la línea para hacer públicos sus diferendos y sus críticas. Por cierto, de ellos se ha beneficiado, y vaya de qué manera, el proyecto de poder monolítico de Andrés Manuel López Obrador, cuyo retrato, avanzando los años, estaría a un lado de Agustín Basave Benítez en la galería de los expresidentes del PRD. Esto, si el regiomontano escritor acepta. Por lo pronto, creo que ni Hamlet estuvo ante un dilema tan aterrador, parafraseando a Shakespeare, porque algo huele mal en el PRD.