Esta no es una breve historia del hurto de higos, manjar de tierras desérticas, pero sí de dos amigos sicofantes, amigos entre ellos quiero decir. El sicofante originalmente es un delator del ladrón de higos, pero en el argot actual es un tipo de ser humano hecho para la impostura, la calumnia, el chantaje y que, además, cobra regalías por hacerlo. Aquí han sido devotos de todos los santos y en política tienen no dos ni tres caras, sino muchas, y saben mostrarla ante el ídolo a quien le queman incienso. No saben la gramática del sustantivo pero abusan de la adjetivación. Se dicen líderes espirituales del partido en turno, aunque en él no den ni dos cacahuates por ellos. Algunos que han perdido el sentido común se enfadan con sus acciones y denuestos; otros tienen el sano juicio de no tomarlos en serio y el común de los mortales se ríen o burlan de lo que escriben o hablan, pues detectan de inmediato en ellos –valga el ejemplo– que aspirando a ser Lucianos Pavarotis no logran ni cultivar falsetes, propios de la ribera del Arroyo de la Manteca.

Van dos acciones que los retratan: el primero de ellos, en una accidental reunión, un día me dijo:

—Mi negro, he descubierto el secreto de la columna política: rentarla. Así hasta te evitas el trabajo de escribir, únicamente firmas.

—Si esto te parece genial, renta también a tu esposa, así tu hacienda familiar te permitirá no trabajar –le contesté.

Al segundo no batallo en retratarlo: dice tener palabra propia, pero es la boca de ganso de un devastador de la polis que aspira, para conservar su obra, disponer de muchos años más de poder para poder. Se trata de alguien que con ese poder quiere emprender lo que Atila planteó frente a Roma.

Son sicofantes, creen delatar a los que hurtan higos (a los que hacen crítica), pero no: son simples impostores y calumniadores. Les pagan bien, llegan a vomitar dinero y cuando mueren es seguro que tendrán un buen banquete fúnebre. Pero en el panteón el enterrador los tendrá por rancios contaminantes del osario y, de noche, los exhumará para que los cuadrúpedos carroñeros los devoren y esparzan por el campo lo que fueron.