En México sucede que cuando creíamos haberlo visto todo, llega algo más esperpéntico. Hablo desde luego del comportamiento de una clase política hundida en lo absurdo, en lo grotesco, banal, exiguo, en fin que adjetivos no faltan. Ahora da la nota la senadora Lilia Merodio que se dedica a organizar saraos en favor de ilusionadas quinceañeras que, conforme a la tradición, lanzan el mensaje de que arranca en el tiempo lo que va a marcar toda una vida, y no precisamente de ilusiones para las mujeres.
A la senadora claro que le importa ser, en el futuro inmediato, candidata al gobierno del estado, quizá alcaldesa de Ciudad Juárez, alguna liana adicional para seguir en los trapecios del ascenso político. En realidad jamás le hemos escuchado planteamiento serio alguno y que tenga que ver con su calidad de política y de representante de Chihuahua en el pacto federal, que sólo teóricamente representa al Senado de la República.
Chihuahua la recuerda por su obsequiosidad para levantar el dedo, lucir al lado de Peña Nieto, Gamboa o Beltrones, e históricamente por su voto para incrementar el IVA en la zona fronteriza del norte de México. Si busca en la biografía de la senadora algo de relevancia en su vida pública, batallará porque no hay nada. Y su reciente convocatoria para satisfacer a las quinceañeras su llegada a la edad de las ilusiones, la pinta de cuerpo entero por su memez y porque está innovando el clientelismo priísta de una manera harto ridícula. Realmente debiera emplearse como agente de Victoria’s Secret.
Cuando uno ve el color de rosa de la convocatoria, puede soñar en un príncipe azul, mínimamente en un cadete de Viena, en un castillo medieval y en los valses ya no digamos de Juventino Rosas –notable músico mexicano– sino de los mismísimos Strauss, Tchaikovsky, Dvorak y Von Suppé con su afamado Poeta y campesino con el que mareaban suficientemente a las damas del imperio que, acercadas ya al desenlace erótico por un vinillo, hasta llegaban a ver los dinteles de la gloria, y quizá también en la fiesta de los tres lustros, a Emilio Gamboa caracterizado como el Conde de Metternich. En otras palabras, es el ejercicio senatorial como spa, boutique, salón de belleza y desde luego entre terciopelo y campanitas.
Así las cosas, le resulta muy caro a la república pagar las dietas de Madame Merodio para que se dedique a juegos de salón con evidentes intenciones de reclutamiento para los seccionales del PRI.