Cuando se hagan las crónicas de estos años chihuahuenses, se recordará a César Duarte como el hombre que perdió su tiempo cambiando sus peones sobre el tablero de su nefasto ajedrez. Y digo peones porque no ha habido piezas de peso. También por haber prodigado un suspenso –incomprensible sin el concurso de una prensa miserable– en el que siempre apareció en el andén que lo iba a trasladar a la capital del país con un alto cargo. O como dice la canción: Estás que te vas y te vas y no te has ido. Ahora, de nueva cuenta, se habla de su inminente licencia para irse a ocupar una secretaría de estado o la dirigencia nacional del PRI. Le favorece la credibilidad social de que eso se realice precisamente porque vivimos en la república un tiempo de canallas. Como no hay auto contención, la caterva gobernante puede echar mano de este tipo de personajes, no obstante su baja ralea.
Tengo para mí que Duarte Jáquez alimenta las columnas políticas en tal sentido para mostrarse con músculo y peso en lo local, pero no me extrañaría que se le abrieran espacios en un periplo hacia el centro del país, que dicho sea de paso lo colocaría en un estado de vulnerabilidad por la carencia de fuero y la procedencia para ejecutar eventualmente una orden de aprehensión en su contra, con motivo del escándalo Unión Progreso. Duarte, miembro de una clase política de la era de las cavernas, pone en operación la vieja conseja que se practicó mucho tiempo en su partido: Hacer creer a los del centro que es muy fuerte en lo local; y en lo local, hacer creer que su baluarte está en el centro. Eso era hasta los tiempos en los que el ferrocarril y el telégrafo rifaban como medios de comunicación, increíbles en los tiempos de la internet. Pero cada quien su librito.
Me permito conjeturar sobre el por qué no llegará a ser líder del PRI. En primer lugar porque no es cierto que habrá una competencia por el cargo, mucho menos abierta y democrática, lo que permitiría hablar de una elección entre el poderoso y hábil Manlio Fabio Beltrones y el cacique de Chihuahua, apoyado supuestamente por un “sindicato” de gobernadores, como lo describe hoy el periódico español El País. No habrá esa competencia: será Enrique Peña Nieto quien diga quién, cómo y cuándo y, ciertamente, decirle no al sonorense es algo difícil, como difícil es entregarle el mando del partido. Incidentalmente afirmo que el problema de Enrique Peña Nieto actualmente es qué hacer con Beltrones, porque haga lo que haga lo deja en una situación complicada. Pero de que el señor es de peso, como para pensar en darle un simple garnucho y quitarlo de en medio, nadie lo duda; menos contemplándolo en la dupla que ha hecho con el gángster Emilio Gamboa Patrón.
Pero, ¿cuál es el handicap de Duarte? Veámoslo retrospectivamente. En las pasadas elecciones dos estados de la frontera norte de México se colocaron como indicadores fuertes en esta materia. En ambos la corrupción estuvo en el centro y los resultados fueron lesivos para el PAN en Sonora, donde operó Beltrones para desbancar a este partido por la ruindad de Guillermo Padrés; en cambio el PRI pierde Nuevo León por la corrupción de Rodrigo Medina a manos del independentista conocido como El Bronco. Examinando ambas elecciones, la sociedad no le dio el refrendo a sus gobernantes precisamente por corruptos, y como en Chihuahua la elección fue únicamente de diputados, no se produjo el mismo resultado, que veremos en 2016, cuando se pondría en escrutinio la gestión de Duarte, que además le prodigó a su partido una caída brutal de votos en números absolutos.
Así las cosas, a mi juicio nadie podría estar pensando en llevarse a un corrupto y pobre recolector de votos a la cima presidencial del PRI. Sería tanto como colocar a un Humberto Moreira, con la característica de que ya prácticamente está confeso de sus crímenes. Como toda conjetura plausible o que se precie de tal, esta puede ser desmentida por los hechos, pero de que es absolutamente cierto que el PRI actualmente no necesita un corrupto de presidente, quién lo duda.
Quizá por eso, cuando a Duarte se le inquiere sobre esto, dice que él no es quien debe contestar. Y esto es lo único en lo que Duarte tiene, a medias, la razón; porque también podría decir que su voluntad es terminar el sexenio, y eso, estando en su libre arbitrio, no lo pronuncia, entre otras razones porque le cae mal a los oídos de los chihuahuenses.
El clericalismo priísta
La ruptura del Estado laico en Chihuahua es de larga data. Pero nunca como ahora se ha expresado con tonalidades escalofriantes al salir a la calle la intolerancia y el fanatismo acaudillado, directamente, por curas católicos. El pretexto ha sido la posibilidad de legislar para amparar con un Estado civil, mas no religioso, las uniones entre personas del mismo sexo. Antes de hacerlo oraron varias horas bajo la bandera de la defensa de la familia y el matrimonio tradicionales. En otra entrega he hablado de la claudicación del Estado para legislar sobre el matrimonio igualitario; ahora me quiero referir a que dicha claudicación es incoherente si la observamos desde la perspectiva derechohumanista de la Constitución General de la República, pero absolutamente coherente con el desplante de César Duarte al haber “consagrado al Corazón de Jesús y de la Virgen María” al estado de Chihuahua. Desde ese momento el gobierno de Chihuahua rompió con la Constitución en un tema esencial y renunció, por tanto, a legislar bajo las bases derechohumanistas que vienen de 2011 y a todas aquellas políticas públicas que riñan con los mandatos del estado confesional del Vaticano, con sus documentos, constituciones, encíclicas, en fin, con el pensamiento dogmático de la iglesia católica.
Esa ruptura fue denunciada con carácter de queja formal ante la Secretaría de Gobernación que preside Miguel Ángel Osorio Chong y hasta este momento ha permanecido en silencio, no obstante las muchas evidencias que respaldan la mencionada queja, cuyo enlace lo puede hacer en este sitio para darse cuenta de su enfoque rigurosamente jurídico y absolutamente respetuoso de la religiosidad existente en Chihuahua, entre ellos la que se cobija bajo el catolicismo.
Se trata de un tema cuya gravedad no puede soslayarse de ninguna manera. Incluso la Secretaría de Gobernación, si fuera su deseo, debiera desestimar los fundamentos de la queja para acudir a una instancia superior, como sería la justicia federal para dirimir de qué lado está la legalidad y la constitucionalidad en esta materia, y no tengo duda de que se saldría victorioso de esa batalla jurisdiccional.