Un artículo del sociólogo Carlos Murillo González (UACJ) me recordó que este año cumple 50 años la obra La democracia en México, del maestro Pablo González Casanova, sin duda alguna un texto señero que jugó un gran papel a partir del segundo lustro de la década de los sesenta del siglo pasado. Más allá de la leyenda que acompaña al libro, tuvo el gran mérito de abordar la situación del régimen político en un momento en el que prácticamente se autoestimaba como intocable. Obviamente que antes y después hubo producción intelectual sobre el tema; baste recordar el ensayo La crisis de México, de Daniel Cosío Villegas, proveniente de la academia, y no lo digo peyorativamente; o la crítica que desde diversos ángulos de la izquierda (Democracia bárbara, de José Revueltas) se realizaba para interpretar al Estado mexicano, que luego sufriría uno de sus más severos embates durante la insurgencia estudiantil.
Cuando el libro lo publicó Ediciones ERA, se convirtió en lectura obligada de todos los que deseábamos interpretar el país en que vivíamos. Entonces yo era un joven estudiante de la Preparatoria de la Universidad de Chihuahua, aún sin autonomía como hasta la fecha se conserva, y me hice de un ejemplar que guardo celosamente hasta el día de hoy y que consulto de tarde en tarde. Fueron los maestros Olac Fuentes Molinar y José Luis Orozco Alcántar, quienes me hicieron la recomendación bibliográfica, y debo reconocer que envuelto a esas alturas en infinidad de disquisiciones ideológicas, el libro del maestro González Casanova me golpeó para bien, con contundencia, al poner datos duros del accionar del Estado mexicano y la ausencia de democracia, por más que en los textos constitucionales la misma existía de acuerdo a los pensadores del Constituyente de Filadelfia, en los Estados Unidos, y en general del pensamiento ilustrado. He de confesar que aquella visión de estimar a la democracia como una formalidad, o como una realidad política, era soslayada porque estábamos empeñados en una visión de llegar a construir un socialismo supuestamente con una democracia muy avanzada a la que paradójicamente denominábamos dictadura del proletariado. Pero no sólo eso, también descreíamos absolutamente de que a través de las elecciones se pudiera transformar al país; la opción por las armas ejercía una gran seducción por aquellos años, y la sangre derramada en Madera, a la que sobrevino mucha más, estaba aún fresca como para pensar en un esquema de lo que luego se llamó transición a la democracia y consolidación de la misma.
Recuerdo, y perdón por ponerme memorioso, que hasta celebramos una mesa redonda sobre la obra del exrector de la UNAM en la que compartimos la palabra Antonio Becerra Gaytán, entonces un comunista de verdad; el médico Octavio Corral, entonces diputado federal panista, que luego migró a las filas de Heberto Castillo; y el talentoso maestro Olac Fuentes Molinar. Había en el ambiente académico y estudiantil de la Universidad de Chihuahua por aquellos años, un gran fermento político y social y menudeaban eventos de deliberación y pluralidad como el que aquí describo. Sin pretender dar una visión retrospectiva de la obra, mucho menos una crítica, quiero subrayar que obtuvimos generacionalmente un cúmulo de herramientas intelectuales que pusimos en acción en torno a la real estructura del gobierno, el papel del PRI y sus corporaciones sindicales o campesinas, y su correlación con la atención o desatención a los reclamos de justicia y tierra.
Aunque ya lo sabíamos, ahí se nos mostró el PRI que en un Estado democrático jamás había perdido una elección, prácticamente de ningún tipo, y esto se contrastaba con las alternancias entre demócratas y republicanos en los Estados Unidos, referente paradigmático de un sistema democrático que había influido destacadamente en el constitucionalismo mexicano. En la obra nos aproximamos a entender el papel del presidente de la república, la dependencia al mismo del resto de la estructura estatal, incluido el Congreso de la Unión, la Suprema Corte, los gobernadores que se ponían y destituían a placer y hasta las más ínfimas estructuras de desvencijados congresos locales y ayuntamientos. Influyente fue la idea de que una cosa era el poder del Estado y otra los factores reales de decisión y poder. Ahí encontramos una tesis que configuró una tendencia, hoy inocultablemente consolidada: el poder de las finanzas y de los empresarios, en medio de una sociedad que iba avanzando hacia la pluralidad, en la misma medida en que quedaba atrás el México tradicional, rural y católico. Tuvimos noticia del proceso hacia una sociedad profana, o si usted quiere, con mayor grado de secularización, y hoy nos damos cuenta de las involuciones a ese respecto. El tema de la movilidad social se nos mostró en esta obra como algo real. El hijo de un obrero o un campesino podía, mediante la educación, por ejemplo, ascender por el elevador que hoy Ricardo Raphael nos demuestra absolutamente descompuesto en su obra Myrreinato.
En fin, bordamos sobre los temas de la inconformidad y la lucha cívica, para percatarnos de bulto que la sociedad estaba prácticamente desarmada frente al Estado y caían, una a una, las pruebas estadísticas del tratamiento a las huelgas, las dotaciones agrarias, la distribución del ingreso y todos los indicadores que los politólogos y sociólogos habían ido decantando para interpretar este tipo de problemas. Se advierte en el examen de lo que el maestro entendía como el futuro previsible en lo inmediato y subrayó, lo que la postre resultó cierto, que en México no había las condiciones para realizar una revolución socialista como la que ambicionábamos muchísimos jóvenes, yo entre ellos. Pero si esto es cierto, como la historia se encargaría de demostrarlo, es falso el pronóstico de la obra cuando advierte que se podían presentar las condiciones de un golpe de Estado fascista o dictatorial. Don Pablo, empero, levantó y le dio aliento a la demanda de la redistribución del ingreso y preconizó la necesidad de democratizar, a la vez que mantener, el partido predominante, dándole mayor injerencia en el proceso democrático a los demás partidos; en aquel entonces esto se entendía como mayor juego al Partido Acción Nacional y legalización del Partido Comunista Mexicano, que se le mantenía al margen y casi en la clandestinidad. Del PPS de entonces sigo pensando lo que dije en aquella mesa redonda: eran socialistas de palabra y oportunistas de hecho, frase por cierto acuñada por el entonces mi muy venerado Lenin, que hoy se pudre en el herrumbe y el orín de las estatuas que cayeron cuando se vino abajo el muro.
A mi me ayudó, y mucho, la obra La democracia en México de Pablo González Casanova porque al abordar el tema de la democracia me sacó de los cartabones en los que me podía mover en una escuela de Derecho, alimentada librescamente por jurista adictos al autoritarismo. Con la desgracia de que por ese mundo de ideas hasta reprobé, teniendo los conocimientos suficientes para que eso no sucediera, la cátedra de Derecho Constitucional. Pero si bien es cierto ese percance académico luego se subsanó, no fue porque acreditara la materia, sino porque la democracia se convirtió en un valor que ya no abandoné nunca ni en el discurso ni en la práctica. Desde entonces descreí de considerarla estrictamente formal y burguesa. El proceso no fue fácil pero inició. Y se abrieron, a la hora del plexo de ideas ofrecidas por González Casanova al realizar juicios de valor y política y sociología, es decir, no marxismo y mucho menos ladrillos soviéticos, un sinnúmero de luces que me iluminaron intelectualmente y me ayudaron a ser un hombre más libre, despojado de dogmas y sin los miedos a caer en herejías tan graves como de ser tildado de menchevique, cualquier cosa que eso significara. Fue entonces que pensadores como Marshall, hoy releído al calor de la fundación de Unión Ciudadana, Mills, Lipset, Dahrendorff, llegaron a hacerle competencia a algunos de nuestros predilectos de aquellos años.
Mención especial merece, al recordar lo que se denomina en la obra el análisis marxista la tesis recogida por Don Pablo, elaborada por el Ché Guevara en La Guerra de guerrillas. El argentino dijo, y aquí en México cayó como bomba entre quienes preconizaban y preparaban levantamientos armados, lo siguiente: “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. En otras palabras, y para referirme a ese tiempo en concreto, encarar a Gustavo Díaz Ordaz o al general Práxedes Giner Durán aquí en Chihuahua, tenía una veda: a las armas.
En fin, este texto es una simple remembranza, apresurada y deshilvanada al que sólo salvarán las buenas intenciones con que está hecho, porque su único deseo por hoy es dar elementos para que se entienda cómo puede influir un libro en la vida de un hombre.