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El junior, Rodrigo de la Rosa, porque ciertamente todavía no alcanza el rango de minimirrey, produjo unas declaraciones que, llevadas a sus últimas consecuencias, lo pintan como un personaje carente de sentido político –aún considerando que es del PRI, o quizá por eso–, pero sobre todo de sentido común. Ahora que la partidocracia debate si algunos gobernadores del país, en las subsecuentes elecciones a las que están en proceso, deben tener un periodo de 2 ó 5 años para hacer un estrafalario cambio en la vida democrática de la nación, dijo que César Jáuregui Moreno, pastor de los panistas en el Congreso del Estado y comensal en los cumpleaños de César Duarte, “no es voz en el tema”.

Vea usted el poco o írrito papel que el junior, quien cada vez se parece más a Don Roque el títere del ventrilocuo Paco Miller, tiene de la representación política. Diputado es ser representante, ese es su esencial significado, y César Jáuregui lo es y, aunque amigo de la casa reinante, no por eso carece de voz, pues la tiene, y larga; pero eso no cabe en el cerebro de quien, teniendo la calidad de muñeco intendente de César Duarte en el Congreso, sólo obedece, y por tanto acomete los lapsus calami que están atrás de su declaración y que en este caso no llegan a involuntarios porque la voluntad del que le ordena está en otra parte. Por lo demás, claro que Jáuregui tiene voz, puede ser minoritaria –y de hecho lo es–, pero es voz, hijo de Leonel.

 

Urgen lentes para Graciela Ortiz

 

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A Graciela Ortiz le hacen falta unos buenos lentes, seguramente un telescopio, y no se diga un microscopio. Quien ha sido cómplice de dos de los más corruptos gobiernos de Chihuahua, ahora, en el momento de la retórica anticorrupción, aborda la tribuna, habla, habla y habla, aunque sus hechos la delatan. En Argentina le dirían enfáticamente: “¡Pebeta!, que tu también tienes tu historia”. Y es una historia concreta, de hechos, al lado de Patricio Martínez García y de César Duarte, con los cuales ocupó cargos de alto nivel, vergonzosamente con el primero por su condición de mujer, en un gobierno que combatió con saña a las derechohumanistas y a las feministas; con el segundo a la hora que se desató la corrupción más insolente de que se tenga registro.

En esto de la corrupción, la senadora –y apiádese Chihuahua de sus pretensiones de ocupar la gubernatura, así sea por dos años– sabe hacer la vista gorda, pues jamás ha salido en defensa de la honestidad en el desempeño de las funciones públicas. Defensora a medias de Duarte, a la hora de la calumnias duartistas que tienen que ver precisamente con la corrupción política, cerró filas con la misma. Y ahora nos viene con la cantaleta del archisabido lugar común de que los críticos de la corrupción ven la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio.

¿Es que la senadora necesita lentes? Parece que sí, porque lo de César Duarte no es una pajita, dicho con estricto rigor bíblico.