dia-oratoria-17abr2015

A propuesta de Juan Francisco Ealy Ortiz, presidente del Consejo de Administración del periódico El Universal, medio de mi aprecio, y de la fundación que lleva su propio nombre, hizo llegar al Senado de la República y a la Cámara de Diputados la iniciativa para implantar, por disposición del Congreso de la Unión, el “Día Nacional de la Oratoria”, que corridos los trámites será ley –el obsequioso comportamiento de los parlamentarios me permite tener boca de profeta– para que un día de cada año la oratoria se festeje, se conmemore y hasta se creen premiaciones muy codiciadas si van acompañadas de jugosos billetes.

En la propuesta del empresario de medios está el antecedente de aquellos concursos que desde 1926 organizó El Universal anualmente y que, si me apuran un poco, hizo brillar a algunos oradores (no viene al caso dar nombres), pero a la vez se convirtió en el granero de muchos jilgueros del PRI, que hicieron del arte de la palabra el vehículo para pasar a los liderazgos juveniles del viejo partido de Estado, sus corporaciones y de ahí a las campañas, a las cámaras, para generar todo un arsenal de la más soez y pura demagogia.

Vanidad aparte, he de decir que yo participé representando a Chihuahua en uno de esos eventos, allá por 1966 en la ciudad de Durango. Si no mal recuerdo, obtuve un quinto o sexto lugar, lo que en realidad significó nada, pero ahí me di cuenta que mi forma de expresar la palabra en público iba a contrapelo de la retórica con la que sí se podía ganar un evento de esa naturaleza. Yo hablé del estado de la democracia en México, me apoyé en Pablo González Casanova, disentí de lo que había en el país, pero no me referí a los temas de la patria, la bandera, el alma nacional, la república encarnada en el presidente de la nación y todo el florilegio del patrioterismo municipalista, que a la postre se llevó todos y cada uno de los buenos premios. Tampoco llevé porra, ni tamboras ni chirimías. Con el tiempo vi que a algunos de esos participantes estaban en la trinchera opuesta a la mía. Pero eso qué importa.

El 68 mexicano, la patria de la juventud, dio al traste con ese anual certamen, a la vez que desterró a todos los aparatos corporativos juveniles del PRI y observé rodar la oratoria en el más burdo jilguerismo, que se hizo famoso por aquellas frases que oíamos en los tiempos de Echeverría: “Por que usted, señor presidente, es un gran mexicano y un gran patriota; pero no me quedo ahí: ya es tiempo de que alguien se lo dijera”. Pues bien, al paso que vamos, el verbo no se hará carne, se hará oratoria, para la mayor gloria de la retórica mal entendida.

Por razones del oficio, he leído las más grandes piezas de la oratoria mundial y pienso que si hacemos un trazo desde Demóstenes hasta Winston Churchill, para cortar en el siglo XX, los buenos buenos jamás votarían por lo que aprobaría el Congreso de la Unión. Y el clásico Aristóteles, menos.