La carta del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, mediante la cual demanda la renuncia inmediata de Carlos Navarrete y todo el Comité Ejecutivo Nacional del PRD, puso los puntos sobre las íes respecto de la crisis de esta organización y, a la vez, contiene un diagnóstico que a mi juicio nos habla de los estertores del que fuera llamado a ser un instrumento ciudadano en favor de la sociedad mexicana, de izquierda y con amplio sentido patriótico. La misiva se escuchó en todo el país. Hay quienes estiman que es tardío el pronunciamiento del político que goza de reconocido prestigio en todos los círculos del país. Otros opinan que de todas maneras es oportuno porque un país como México, en la circunstancia actual, necesita de su izquierda y además de su izquierda unida. Navarrete, como es lógico en un político que vive de los intereses creados, de la facciosidad y el corrientismo, contestó con argumentos de leguleyo, y bien hace el ingeniero Cárdenas en revirarle que le está pidiendo una decisión personal como para que le conteste que va a consultar a las “bases”, al viejo estilo de los charros sindicales que se eternizaron en los puestos porque “así lo quería la gente”.
Quien parece que no leyó la carta –y si lo hizo le importó un soberano bledo– fue la diputada duartista Hortensia Aragón Castillo, cuya actuación encaja en la descripción cardenista de manera exacta, por la venta que hizo del partido al PRI en Chihuahua y por su nepotismo extremo. Pero no se quedó ahí: ha cerrado filas con el cacique Duarte, catalogando la denuncia penal en su contra como un “asunto electoral”. Lo que tienen qué hacer quienes traicionan a un partido que nació hace veinticinco años bajo muy buenos auspicios. Cuando uno ve el comportamiento de Aragón Castillo, de Crystal Tovar, de Héctor Barraza, se pregunta, con sobradas razones: ¿Pero es qué tiene remedio el PRD?
Muy bueno con eld eseo que se les penalice tambien.
El PRD nunca tuvo remedio. Fue una escisión «de izquierda» del PRI. Algo que, por cierto, se le había ocurrido a Octavio Paz en uno de sus ensayos. Y obtuvo el registro electoral gracias al Partido Comunista Mexicano, mismo que –fiel a su matriz estalinista– terminó disolviéndose. Una sumatoria de oportunismos, en el peor sentido del término, de derecha e izquierda que se convirtió en una tremenda corrupción. El PRD nunca fue una opción de izquierda; como tampoco lo es el pejismo, hoy Morena: simple PRD bis, o PRD 2.0. Lo que dijimos algunos desde la izquierda en 1988 se ha cumplido. No por profetas. Simple análisis político y económico-político. El oportunismo clase-mediero –o pequeño-burgués, como decían los clásicos– sólo lleva al fracaso en términos de la transformación social, si se le toma en serio. Aunque, desde luego, conduce al enriquecimiento individual de sus voceros y presta-nombres. Esto último se ha demostrado sobradamente en las llamadas «transiciones democráticas» inventadas en los think tanks gringos y posfranquistas de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Me atrevo a decir que lo que sostengo es sociología pura. O pura ciencia.
P.D. Por supuesto, la «transición» mexicana fue de risa. Al menos la chilena resulta más seria, aunque sea igual de fársica.
De todos modos: ¡Abajo Duarte y compinches!
Saludos. ¡Agur!