No sabíamos que Marcelo González Tachiquín, recién nombrado secretario de Educación del cacicazgo, escribiera tan mal los desplegados. Podríamos parafrasear aquel epigrama de Marcial poniéndolo en boca del rector Enrique Seáñez: declamas tan mal los desplegados que, en efecto, parecen míos.
Como en el santanismo, una junta de “notables” designará magistrados
Como es natural en un poder judicial doblegado, carente de independencia, en servidumbre con el cacicazgo y la tiranía local, al observar la lista de aspirantes a ocupar las magistraturas vacantes en el Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Chihuahua, nos damos cuenta de golpe que se van a repartir por cuotas partidarias: la mayoría para el PRI de Duarte y el resto para el PAN de Jáuregui. A los partidos sin rostro, quizá porque sus identidades se desdibujaron o se vendieron, les pagarán con cargos secretariales, actuarías, conserjerías y no más.
Tendremos, si esto se consuma –no se ve que pueda ser de otra manera–, un poder Judicial integrado por las famosas cuotas partidarias, y entonces vamos a tener que el supuesto remedio que se sacaron de la manga a través de una reforma constitucional y una nueva Ley Orgánica del Poder Judicial, resultará peor que la enfermedad terminal que aqueja a la institución garante del Estado de Derecho en la entidad. Basta ver las listas para saber qué partido apoyará a unos y cuál a otros. La justicia quedará así en manos de los intereses creados, los caprichos, el partidarismo abyecto, el compadrazgo, el amiguismo, y por tanto reinará como cosa juzgada la inseguridad de los intereses privados que se controvierten en los tribunales en búsqueda de sentencias apegadas a Derecho. No tan sólo quedará en entredicho, reducida a poco menos que nada.
Malos tiempos se auguran para Chihuahua en este rubro, trascendental por cierto. El afán de proyectarse al futuro, sembrando a los funcionarios judiciales de alto nivel para diez o quince años, habla claramente de que al cacique César Duarte le interesa tener controlada la magistratura por lo que el tiempo encoja en los litigios que él, personalmente, tenga que encarar por sus desmanes y negocios negros.
En alguna ocasión, y tratando de contribuir a la abolición de las partidocráticas cuotas que dieron al traste con instituciones del tipo del Tribunal Estatal Electoral, el Instituto Estatal Electoral, el Ichitaip, la Comisión Estatal de Derechos Humanos, propuse la fórmula liberal muy conocida y además adecuada a ciertas circunstancias, de que si se trataba de repartir un pastel se permitiera que unos hicieran las rebanadas y otros tuvieran el privilegio de escoger primero, indefectiblemente. Claro es, jugando limpio, lo que los grandes partidos de Chihuahua no hacen: el PRI nunca lo acostumbra y el PAN luego le copió. Aunque suena burdo lo del pastel y hasta repugnante, la verdad es que es una formulación que lleva a buenas decisiones cuando hay buena fe y compromiso ético que privilegia los intereses de la sociedad, porque obliga a unos a proponer a los mejores, da a otros la capacidad de seleccionar en última instancia, o simplemente vetar de manera real. No es nada nuevo en las democracias avanzadas, pero está claro que en regímenes deformados como el mexicano, y no se diga el cacicazgo local, esto simple y llanamente no está en la agenda de la metodología porque lo que se busca es satisfacer esa enfermedad que se llama empleomanía. Apuesto doble contra sencillo, y quiero equivocarme, que en el Pleno del Supremo Tribunal habemus compadrazgos en la antesala por donde se entra a las magistraturas. Así lo decidirá una junta de notables de corte santanista, presidida ya sabe por quién.