Comenta el analista José Antonio Crespo, en un texto publicado el día de hoy en el periódico El Universal, que “los grupos anti-izquierda pueden estar tranquilos, que ella misma se encargará de meterse el pie cada vez que tiene oportunidad de acceder al poder”. Este señalamiento está hecho pensando en el lejano 2018 y por las vísperas parece que se sacan los días, en este caso. López Obrador y su facción se han negado a dar una lucha unificada en el asunto petrolero y declinó marchar al lado del liderazgo histórico que tiene en esta materia Cuauhtémoc Cárdenas. Los argumentos de López Obrador son tan mezquinos como señalar que ya tenía una agenda en algunos sitios del sureste mexicano. Nada que no se pudiera reponer.
En el ámbito del PRD la pugna es por los cargos nacionales de dirección, principal y lamentablemente, la presidencia del partido. En ese contexto Marcelo Ebrard hizo pública su renuncia a un organismo de la ONU para hacer explícito que buscará la presidencia nacional del PRD y no generar dudas que pudieran dañar la imagen de la organización mundial. Indica el exjefe de gobierno del DF que irá por una renovación del partido, proyecto y praxis para darle un rostro de izquierda y sacarlo del entreguismo en el que cayó con motivo del Pacto con Peña Nieto, el PRI y el PAN. El planteamiento es sin duda plausible, aunque sólo fuera por presentar la posibilidad de subvertir el control interno actualmente existente, donde el grupo de los llamados “Chuchos” es hegemónico y pretende un periodo más con Carlos Navarrete como abanderado. Ebrard, por otra parte, ha elevado la mira al señalar que si hay una convergencia para una segunda oportunidad del PRD con Cuauhtémoc Cárdenas, él no sería factor de segregación o discordia. En ese sentido su candidatura estaría todavía en una especie de antesala.
En realidad, el problema de Marcelo Ebrard es la senda que está escogiendo rumbo al 2018, pasando desde luego por la elección intermedia. Para nadie es desconocido que se trata de un activo de primer nivel en las grandes disputas que vienen, como para caer en la arena de las pugnas partidarias que desgastan y pueden ser el ocaso de un proyecto que no hay que arriesgar. Es una opinión a muy buena distancia de donde se deciden estas cosas, pero desde luego que si la sostenemos es porque estimamos su calidad de viable para preservar un patrimonio político de primer nivel.
Por lo que se refiere a Carlos Navarrete, un político profesional con más de cuarenta años en las lides, busca la presidencia del PRD por Nueva Izquierda, que a pesar de tan rimbombante rótulo se le conoce como los “Chuchos”. Sería la continuación de Ortega y del inefable Zambrano. Ya recorre el país, pronuncia discursos con engolada voz, habla de cambios, reacomodos y de acercar al PRD con los ciudadanos. Propósito difícil de lograr si su campaña se ve avalada en los estados por personajes del corte de Hortensia Aragón Castillo, Héctor Barraza y Pavel Aguilar Raynal; probablemente también con el presidente estatal, cuyo nombre olvidé, con los que compartió su primer estadía en Chihuahua y ante los medios. Esos políticos locales ya los registra la historia como los destructores del PRD y con ese rostro lo que nos propone Carlos Navarrete –lo que sea– es difícil que se le crea por estos solares.
Envuelta la izquierda en sus querellas interminables –hoy PRD contra MORENA– es absolutamente creíble lo que nos dice el analista José Antonio Crespo. Ojalá y las cosas sean diferentes.