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La destrucción de las instituciones se evidenció ayer durante el «informe» del alcalde de Chihuahua, Javier Garfio. De por sí esto se ha convertido en un ceremonial a la vez litúrgico e inútil para informar, cuando se le empalma el conflicto al interior de la clase política y se le presta el pódium a un hombre, César Duarte, deseoso de tribuna y protagonismo, decirle a la comunidad el estado que guarda la administración municipal, se convierte en algo accesorio, sin importancia, en claro desprecio de la gente que habitamos en este lugar. Si tuviéramos que decir qué son los habitantes de Chihuahua, nos sería dable responder que vivimos en la intendencia personalísima del cacique mayor del estado. Se borra al municipio, se convierte un evento que debiera ser republicano por la cercanía estrecha que se supone da con la sociedad, para convertir a la institución y a la ocasión en un palenque para los reclamos entre la clase política priísta que hoy vive en la discordia por la sed de poder y la codicia del dinero público.

Ahora resulta que la noticia es los expresidentes que asistieron, la más que explicable ausencia de Marco Adán Quezada, los exalcaldes panistas que a falta de notoriedad viven del espectáculo, y lo que dijo César Duarte, cualquier cosa que diga. Garfio en esencia abdica de su función, entrega el escenario e incumple con la parte de rendición de cuentas que implica un informe de esta naturaleza.

Duarte llevó al evento sus muy particulares intrigas, a las que califica de quehacer político, en un dejo de comprensión primitiva de lo que significa realmente hacer política. Nos vino con el cuento de que la política se dirime en las urnas, cuando su mensaje corporal y textual evidencia que quiere resolverla en el lugar menos indicado, pero que le granjea su amigo, el ballezano Garfio. Tan absurdo es el razonamiento duartista, que de darle consecuencia nos llevaría a la pifia de estimar como política exclusivamente la electoral y se necesita ser tan mentiroso como Duarte para hacer esas afirmaciones. Estamos en presencia de la mitomanía como la fuente del que sólo por vanidad se autoconcibe como un político de alto nivel. Allá él y las mentiras que lo abruman.

Nos dijo que Chihuahua no es feudo de nadie, y como toda mentira exhibió sólo parte de la realidad, porque le faltó decir salvo para mí, el municipio de Chihuahua no es feudo de nadie. Y ya que recurrió a una institución medieval, habría que subrayar que tener cierto que Javier Garfio tan sólo es su mozo de estribo.

Chihuahua se quedó en espera de un informe, pero eso sí, Garfio está de pie, aunque Chihuahua siga de luto por la tragedia del 5 de octubre y por una sola razón: no se puede estar de pie si no hay justicia. Que entiendan esto, el cacique y el caciquillo, es mucho pedir, su oficio es la mentira y ya ni eso les sale muy bien.