Columna

Milei y el uso del voto del miedo; pero no es el único

El voto del miedo es una experiencia que en México ya hemos padecido y hasta podría decirse que estamos curtidos en el tema. No es necesario profundizar mucho en los archivos de nuestra historia para darnos cuenta de ello. Incluso a nivel latinoamericano, que es el caso que nos importa por ahora, el fenómeno es harto conocido y, en muchas ocasiones, con desenlaces verdaderamente trágicos y sangrientos, en procesos que se desarrollaron antes, durante y después de la toma violenta del poder en varios escenarios del continente.

En ese caso bien cabría pensar en una muestra no sólo de gobiernos civiles sino también de dictaduras militares que hoy algunos en la izquierda nacional condenan selectivamente a partir de supuestas –diría desvirtuadas– afinidades ideológicas.

Cierto es que durante las dictaduras militares no hubo procesos democráticos, por eso se han denominado dictaduras; pero hay casos más recientes, digamos “híbridos”, como en Venezuela, donde tras un golpe militar fallido y más “doméstico”, encabezado por Hugo Chávez a inicios de los noventa, este cobró fama de caudillo y creció en popularidad por su encarcelamiento, pero más tras su liberación. Y luego ganó las elecciones. 

Tras tomar el poder, el chavismo instalado en el poder desde hace más de veinte años ha venido operando elecciones falsamente democráticas en las que, paradójicamente, no ha podido penetrar la influencia exterior del imperio estadounidense, como sí ocurrió, brutalmente, en Chile en 1973, por sólo poner el ejemplo reciente más notable de la historia sudamericana. 

El caso de Nicaragua es similar al de Venezuela. Pero en ese país centroamericano hoy gobierna la “pareja” presidencial Ortega-Murillo y su clan familiar en nombre de una revolución ya deshonrada, pero que les sirve de pretexto para extender su manto protector, sin la “influencia yanqui”, a punta de autoritarismo y duros golpes a la vida democrática y a la dignidad de sus ciudadanos.

Habría que decir que hoy el intervencionismo norteamericano con el sello de Donald Trump en el Caribe también se está presentando de forma brutal y sin reparo significativo de los países que conviven en esa región, más allá de la simple inconveniencia postura diplomática, como podría ser el caso de México, con la excepción de Colombia.

Y precisamente en esa paradoja trumpiana es en la que se encuentra hoy el pueblo argentino. Los ciudadanos de la patria del Ché Guevara y de los Perón saben que se equivocaron al elegir al esperpéntico Javier Milei, un advenedizo en la política que a golpe de retórica virulenta y futurista logró conquistar las aspiraciones legítimas del pueblo por mejores condiciones de vida económica, endeudados como están, pero que saben que una amenaza como la que le recetaron a su presidente en la Casa Blanca el pasado 14 de octubre puede empeorar las cosas. O al menos esa es la única alternativa que, desde su maniquea y terrorífica manipulación, sembró Trump en el ánimo de la sufrida nación sudamericana a través de su abyecto amigo Javier Milei. 

“Nuestra aprobación depende de quién gane la elección. Si él pierde, no vamos a ser generosos con Argentina”, le dijo Trump a Milei delante de la prensa, refiriéndose al llamado swap por 20 mil millones de dólares que Estados Unidos aprobó días antes del encuentro para ayudar a la economía argentina. 

Un swap, según la terminología económica, es una “permuta financiera”, un contrato por el cual dos partes se comprometen a “intercambiar una serie de cantidades de dinero en fechas futuras” y su objetivo es “reducir las oscilaciones de las monedas y de los tipos de interés”. En el lenguaje coloquial e interpretativo del imperio, esto se puede traducir como darle un cheque en blanco a Estados Unidos por un país. De paso, Trump no descartó apoyar la idea original de Milei de dolarizar la economía argentina, con todo lo que ello implica.

Justo minutos después del anuncio de Trump durante su reunión con Milei, las acciones argentinas que cotizan en Wall Street y los bonos en dólares se desplomaron cerca de un 10 por ciento. Fue la primera respuesta del mercado a la condición que puso en ese momento el presidente de Estados Unidos para seguir apoyando a Argentina.

Fue esa vulnerabilidad la que aprovechó miserablemente Donald Trump y de manera rastrera el presidente de los argentinos durante su urgente visita a Washington, ocurrida justo antes de las elecciones intermedias en las que, ¡vaya casualidad!, se impuso el voto del miedo en el electorado, que también fechas antes había salido a protestar y agredir a pedradas y botellazos –y a escupir, aunque fuera simbólicamente– al mandatario, entre otras razones, por sus erráticas decisiones económicas. 

El chantaje de Trump funcionó, tanto como la deslealtad de Milei: el partido ultraconservador del presidente argentino (fundado en 2024, un año después de su triunfo electoral, presidido por su hermana Karina, quien es además la secretaria general de la Presidencia), obtuvo el 40.6 por ciento de los votos y 64 escaños en la Cámara de Diputados. La coalición del histórico peronismo, Fuerza Patria, alcanzó el 31.7 por ciento y 44 escaños. La izquierda, desdibujada, llegó apenas al 4.7 por ciento, lo que le dio para tres curules de representación.

El pueblo que semanas antes se proclamaba decepcionado de Milei terminó ayudándole a conseguir un tercio de la Cámara, lo que representa que puede hacer uso del veto presidencial a las leyes promovidas por la oposición. Y aunque avanzó, su partido tendrá 93 escaños de los 129 que marca la mayoría. En el Senado La Libertad Avanza aumentó a 20 legisladores, pero también necesitará el apoyo de los demás partidos para conseguir los 37 votos necesarios para alcanzar la mayoría.

Se sabe que en Argentina quien ostentaba el poder salía debilitado de las elecciones intermedias; sin embargo, Milei logró aumentar 13 puntos respecto de los resultados de 2023, cuando alcanzó la Presidencia. Históricamente esto sólo había ocurrido una vez, cuando Mauricio Macri logró en 2017 siete puntos más que en las elecciones del inicio de su gestión, dos años antes.

Insisto, el chantaje de Trump funcionó. El voto del miedo funcionó. Pero también funcionó el chantaje del propio Milei cuando era candidato, cuando prometía salvar de la debacle a la nación gobernada por “los corruptos del pasado”. Ahí ocurrió la primera coacción del electorado argentino.

Pero Milei no es el único. Muchos han incurrido en el uso y abuso de esa extorsión; civiles, militares o “híbridos”. México no es la excepción. Han aplicado la dosis del miedo, de “ahí viene el lobo”, de “los del pasado son los que cometieron este desastre, pero yo tengo la solución”, para avanzar o mantenerse en sus desmedidas ambiciones de poder. El miedo es la materia prima que muchos políticos profesionales inducen en el electorado para mostrarse como los iluminados, los llamados a ser por quién sabe que poder taumatúrgico como el derrotero que todo mundo ha de seguir. Y el único que puede acabar con la maldad que a su modo designe.

Preocupa que desde ahora muchos no le vean capacidad al pueblo argentino para hacer frente a esta nueva circunstancia, sobre todo por su desplante en los comicios, y prefieran ceñirse al irremediable destino que lleva a todo un pueblo a la desgracia por el insensato presentimiento de una fatalidad de que “algo malo va a suceder”, como en el cuento clásico de García Márquez.

No es que me doblegue ante el optimismo, pero el pueblo argentino siempre ha superado sus males. Y eso incluye dejar atrás, cuanto antes y sin miedo, al perverso traidor Javier Milei. Hoy, a pesar de la distancia, Buenos Aires está más cerca de Washington que México.