No obstante que Jesús Esparza, auditor superior del estado, por voluntad de su paisano se mueve en un círculo rústico donde los refranes contienen buena parte de la sabiduría posible, lo pescaron bajo la lógica de que al buey por el asta y al hombre por su palabra. Hay un fenómeno que se traduce en la imitación por los de abajo de lo que hacen los que están en una jerarquía más alta, y si el señor Esparza ve y oye cómo se comporta su jefe al llamar chanates a los funcionarios públicos, se considera con la suficiente licencia como para referirse a la tragedia del Aeroshow como “una pamplonada con ruedas”, en franco desprecio por las víctimas y sobre todo para mostrar que él está en calidad de fogonero, atizando el fuego amigo contra el grupo priísta perseguido por César Duarte. No quiero agotarme en la simple reseña de un estilo atrasado que permea el lenguaje del grupo compacto que se ha apoderado del estado y para su desgracia. Ya decía lo de los chanates, Garfio en algún momento dijo que quería ser un pescadito, y en otra ocasión, refiriéndose a los que viven por necesidad en zonas de alto riesgo, como chivas que van por el cerro, y ahora los toros de una pamplonada que sólo existen en la imaginación peyorativa de un auditor impuesto para garantizar la corrupción política en el estado.

Estos actores políticos ni siquiera están enterados de que ese estilo costumbrista, cuando existió, fue por las circunstancias y la picaresca, pero ya sólo los fósiles recurren a este tipo de novelas. Lo verdaderamente grave, y lo hemos dicho en cientos de ocasiones, es la desnaturalización de una función técnica como la Auditoría para caer en el uso y abuso de la misma con fines politiqueros. ¿A guisa de qué se habla de pamplonada, sino fuera porque con ella se pretende descalificar y denostar? Ni los pésimos diputados recurren ya a ese lenguaje, tampoco los comediantes de mala carpa. El auditor no ha entendido que lo suyo es una seria y paciente labor de revisión para que la rendición de cuentas sea efectiva; ha caído en la facciosidad extrema, y aparte de todo también es un cobarde.

Me explico: cuando la Permanente del Congreso votó la moción del diputado Eloy García Tarín para regresarle al auditor y a la institución que representa el caso Aeroshow en el que intervino, Esparza nos vino con la nada humorística figura de la pamplonada, para luego decir que si acaso incurrió en una violación a la ley, “entonces que se inicie el procedimiento que establece la propia ley de Auditoría Superior del Estado para la destitución del auditor superior que soy yo”. O sea, porfió, inicialmente, en su duartismo con denominación de origen, para echarse para atrás después, indicando que lo que había dicho no lo había dicho (¡¿?!), no sin antes declarar, petulante y cambiando lo que haya que cambiar: “va mi cabeza en prenda para que sirva de algo”. Allá por Balleza a esto le llaman ser rajoncito, terminajo que no me gusta pero en mi afán de comunicarme con actores fósiles, tiene uno que recurrir a estos arcaismos.

En realidad el auditor viene violentando la ley desde el momento de su nombramiento. En la práctica se destituyó al anterior para ponerlo a él como una pieza del engranaje de la corrupción, después se ha mostrado ineficiente y vendedor de baratijas, como la auditoría en tiempo real; posteriormente, dando a conocer una auditoría con los dados cargados para golpear a un grupo político del partido al que pertenece –desvirtuando la función–, y a últimos tiempos, flanqueando al agrónomo Jaime Herrera cuando éste se empeñó en la mentira oficial de la deuda pública en Chihuahua, lugar que para nada le corresponde, ni al cargo ni a su investidura. Pero como para la casa reinante el traer un séquito es básico como mensaje de poder, pues ahí estuvo el auditor como pieza decorativa para ellos, porque en realidad lo único que logra es mostrar adefésicas a las propias instituciones de raigambre republicana y que aquí más bien parecen de una monarquía decadente.

Que el auditor debe hacer sus maletas e irse, no me queda duda. Que el Congreso, a través de su legislatura actual lo posibilite, lo pongo en duda. Por lo pronto, y sin ser torero, hasta donde sé, Eloy García Tarín no necesitó de capote, banderillas o espada para torear a un astado de la ganadería ballezana; le bastó una chicuelina, por un momento lo consideró hombre y lo cogió por sus palabras.

Diría el madrileño: “que te han cogío, Chucho”.