Los insurgentes la llamaron la “guerra de la pulga”. Era una táctica de las guerrillas de acoso constante y ataques mortíferos, que en la lógica de la guerra estaban llamados a generar ventajas en una estrategia diseñada para triunfar finalmente. Entre nosotros es probable que el crimen organizado, ligado al narcotráfico, sin utópicas propuestas de redención social como la pulga, pique aquí, cause una comezón allá o al mismo tiempo en varias partes, sólo para demostrarle al adversario –se supone el Estado, cuyos funcionarios no es infrecuente que estén en colusión y complicidad– que es falsa la comunicación política emitida de que se va superando la violencia, como lo canta a los cuatro vientos César Duarte, y al parecer demagógicamente lo avala Enrique Peña Nieto.
Todo ese discurso inmediatamente cae por tierra cuando se da un suceso como el de ayer, en el que es atacado el alcalde de Guadalupe y Calvo –tradicional zona de producción de enervantes y territorio vedado al imperio de la ley–, el priísta Leopoldo Edén Molina Corral, del que conviene recordar que emergió como candidato luego del asesinato de Jaime Orozco Madrigal, que había sido nominado para ese cargo durante las elecciones de 2013. Sería más que artificial desligar un evento del otro, ambos están enhebrados en la misma lógica del crimen y sus relaciones con el poder político que inicia en el municipio y llega a las oficinas de Duarte, y de ahí a otras de índole militar y policiacas, y aun más arriba. Lo afirmado es un hecho duro: existe una disputa territorial en la que el crimen puede pegar, como la pulga, fuerte, aunque sea aparentemente tenue, para destruir las supuestas ventajas que el orden gubernamental lleva y lanzar mensajes de inocultable importancia. Con esto quiero decir que el gobierno nos miente cuando nos aparente que va ganando en este conflicto.
Por otra parte, no resulta extraño que el agresor, Jaime David Zúñiga, atacante en el fallido homicidio de Leopoldo Edén, sea un expolicía al servicio de aquel municipio y con el propio alcalde. Las pruebas de confianza, las policías únicas, y hasta la novísima gendarmería va a sudar, si es que acaso se lo propone, para acabar con esta recurrente prueba de penetración de los cuerpos policiacos por parte del crimen organizado. Zúñiga dice que actúa así, empuñando las armas contra el alcalde, porque no estuvo conforme con el finiquito que recibió cuando dejó de “servir” a la policía (el pasado 1 de agosto) para buscar nuevas oportunidades en la ciudad de Chihuahua, muy probablemente en el mismo aparato estatal. Por grande que fuera la diferencia económica del finiquito, un hecho así no sucede por tan poco dinero frente a los ríos que se mueven por los canales del narcotráfico y el sicariato. Creer en esa novela es pecar de ingenuidad.
Cómo andarán las cosas para que un alcalde del nivel del de Guadalupe y Calvo se mueva en un costoso vehículo blindado, que además porte de manera cotidiana un rifle automático R-15 y dotado de parque suficiente para repeler agresiones. Además qué inexplicable que no reciba la protección, aunque fuera de la ley, de las fuerzas armadas destacamentadas en la región. Zúñiga, por elemental que fuera, tenía información de inteligencia para ubicar a su víctima, y llegó hasta él aunque haya fracasado, no sin producir a su paso severos daños a otras personas, el tesorero municipal y un escolta del alcalde. La sociedad del crimen está por encima de la función del Estado. Y tan está que ya el victimado, Leopoldo Edén Molina, en una muestra de candor y cinismo, confiesa andar fuertemente armado porque ni siquiera sabe si eso es legal o ilegal. Imagínese usted que el presidente municipal piense así, ¿cómo pensarán otros que tienen en la legalidad un simple referente que por anticipado no forma parte de su código de conducta?
En esta “guerra de la pulga” quien sufre un daño directo es una mujer que violentamente fue despojada de su vehículo por los delincuentes que pensaban que así se darían a la fuga, finalmente frustrada. Como puede verse, los que ni la deben ni la temen se llevan buena parte de esta violencia.
Se comprueba que César Duarte le ha mentido a Chihuahua, en ese afán de maquillar una realidad en la que si algo no se ha ido es la violencia, como irónicamente lo demostraría la agresión al alcalde, que hoy más que nunca debe estar consciente de que no por llamarse Edén vive en el paraíso.
Educación: entre gordillistas nostálgicos, elogios y contradicciones
El ramo educativo en Chihuahua le ha prodigado temas a esta columna. En reciente entrevista con Tiempo.com el dirigente de la Sección 42 del SNTE, René Frías, se va de bruces con su excedidos elogios a Duarte Jáquez en relación con el cual –es su jefe, no se puede esperar más– dice: “El gobernador César Duarte se está consolidando a nivel nacional como el mandatario estatal que fomentó la educación a niveles no imaginados en el país. La cobertura universal en todos los niveles lo pondrá en páginas de la historia”. Ignoramos las fuentes consultadas, pero de que miente, se encargó de comprobarlo otro funcionario más del duartismo, Martín Valdivia, director del ICHEA, que sin sonrojos declaró que Chihuahua ocupa el segundo lugar nacional en rezago educativo y está ubicado dentro de los primeros diez en analfabetismo, flagelo que otras sociedades con menos recursos e historia educativa han resuelto, para vergüenza de nuestro país.
No nos vamos a preguntar y a esforzar en demostrar quién miente, Frías o Valdivia. Si acaso llegasen a contestar, muy probablemente nos vendrían con la cantaleta de que están hablando de temas diferentes aunque el común denominador sea la educación. Frías no batallaría porque practica un jilguerismo que ya en estos tiempos avergüenza hasta a los más lambiscones del PRI; en cambio Valdivia difícilmente podría desdecirse porque, por ejemplo, el analfabetismo vive entre nosotros, a grado tal que es, ni más ni menos, la obligada materia de trabajo sin la cual el ICHEA no existiría. De hecho el ICHEA está interesado en que haya analfabetas y rezagados, porque así hay un ejército político que alimentar con base en el erario.
Lo que llamó poderosamente nuestra atención es el cómo, el charro Frías, es un gordillista nostálgico, probablemente él se presuma como leal y agradecido, y entre sus iguales pues hasta le podrían dar una medalla. Pero venirnos a mostrar las virtudes de Elba Esther, que en el momento más dramático de su detención recomendó que el SNTE es lo más importante, algo así como “que más da que el remolino llegó y la alevantó”, pero que el sindicato siga. Esto ya no enternece ni al más sensiblero de los charros que aún viven y que vienen de la era de Robles Martínez, Jonguitud Barrios y la chiapaneca enemiga de la sociedad.
PAN o la identidad perdida
Rogelio Grey Avitia. Ni de aquí ni de allá.
En Chihuahua y en el país hay problemas enormes, causas legítimas que reclaman atención pronta, puntos de agenda privilegiados para la vida política democrática y, a contra pelo de ello, un ramillete de panistas se esmera hasta en ocupar la plaza pública porque el PRI pretende robarle la identidad política a algunos de sus militantes. Tan ofendidos están que han iniciado juicios para poner su honra a salvo. Se quieren mucho. Mientras eso sucede, se dan hechos pequeñísimos, como la llegada al PRI de un oscuro empresario al frente de uno de los muchos aparatos de este partido, Rogelio Grey Avitia. Los priístas dicen de él que no ha dejando de ser panista, y los panistas acusan que es priísta. Se comprueba que la derecha política mexicana tiene dos casas: una tricolor y otra albiazul. Quiere decir que eso del robo de identidad al menos tiene una excluyente de responsabilidad: es fácil vivir en uno u otro de estos domicilios. El honor y la identidad cuando se reivindica como esencial, no está ni en la boca ajena ni en el padrón de un partido, sino en una vida digna que, más allá de las palabras, ponga a cada quien y con reconocimiento en el sitio que les pertenece.