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En las sociedades democráticas contemporáneas, la legitimidad de los gobernantes está a prueba de manera permanente. Todos los días hay que demostrarlo. Ya no basta con aferrarse a un resultado electoral que de manera primaria permite abordar la conducción de Estado y gobierno, además, el hacerlo a través de una ideología supuestamente adoptada por los más, ha caído en descrédito y no es indicativa de nada que produzca confianza. Estas sociedades pueden ser desiguales en cuanto a la calidad democrática que se les asigna, con lo que quiero decir que no es suficiente pertenecer al club para dar por sobreentendido que se tienen todas las características para formar parte de él. Con este antecedente se fortalece la importancia que han ganado las encuestas, para medir la influencia, la opinión sobre el manejo de la economía y el desempeño general de las instituciones (Congreso, Corte, Ejército, gendarmerías, medios, vigencia de los derechos humanos y la lista puede crecer de acuerdo al sondeo y la metodología que se apliquen). En términos de Federico Reyes Heroles (Sondear a México, 1995) hay que dejar atrás las visiones basadas en el feeling para dar paso al nous, es decir, a la inteligencia y a las herramientas que proporcionan los nuevos enfoques de las ciencias sociales. En tal sentido, ya están fuera de lugar las frases de los políticos que dicen: siento que…, advierto que una parte de la comunidad…, se nota que me apoyan…, y todas las que la picaresca mexicana registra. Por eso vivimos el tiempo de las encuestas, que dicho sea de paso, no son una herramienta sagrada a través de la cual habla el pueblo, sino instrumentos de conocimiento, y en tal sentido las hay excelentes y también perversas. Serias por su compromiso con la veracidad, y falsas porque se convierten en una palanca para la persuasión y el engaño. Sirven a quienes practican un escepticismo metódico.

Hace unos días, Pew Research Center (www.pewglobal.org) dio a conocer en Estados Unidos las conclusiones de una encuesta realizada en México entre abril y mayo de este año y en consulta a mil adultos. Esta agencia que se ostenta como independiente, exhibe datos y conclusiones que debieran preocupar grandemente a los mexicanos sobre la circunstancia que tiene el país bajo el gobierno de Enrique Peña Nieto, más porque se da durante el primer tercio del sexenio. No resisto la tentación de reseñar las cifras: alrededor del 70% está insatisfecho, en la mayoría de las regiones, con la situación del país. En el sur aumenta al 73%, en la Ciudad de México al 78%, y hasta el 55% de personas identificadas como priístas se mostraron insatisfechas (dissatisfied).

Pero veamos más de cerca la encuesta en sus rubros más importantes: Enrique Peña Nieto tiene una influencia catalogada de “buena” en un 51% y en tan solo un año trae una caída de 6 puntos porcentuales. Sólo un 37% aprueba la conducción de la economía, con una caída de 9 puntos en tan solo un año (la mitad de su ejercicio hasta este momento); la influencia del gobierno federal alcanza 57 puntos de positividad, y en tan solo un año eso significa que ha perdido 11 puntos porcentuales; el Congreso de la Unión anda con un nivel de aceptación de un 33% y perdió, en el periodo de las llamadas reformas estructurales, el 12% de los puntos, para tener una percepción adversa en un 56%. Esto significa –no en virtud de feeling alguno– que las cosas van bastante mal en el gobierno peñanietista. El significado último, dicho en términos sencillos, es que está reprobado, y en conceptos más complejos, que su legitimidad demostrable en el día a día, se ha deteriorado grandemente, lo que significa la falta de confianza en la conducción del país. No es inexplicable, entonces, que en las cercanías del segundo informe de gobierno Peña Nieto haya montado todo un dispositivo propagandístico, con aderezo de culto a su personalidad, para subir su influencia con artificio que la encuesta demuestra muy por abajo de los estándares internacionales.

Pero el problema no se detiene ahí, en evaluar el papel de lo que a falta de mejor concepto llamaríamos liderazgo. La encuesta nos dice que el 79% tiene al crimen como el problema más importante del país, seguido de la corrupción política, que 72% de los encuestados colocan casi al mismo nivel que la actuación de las bandas criminales, en el mismo rango que al tráfico de drogas y la violencia, seguido muy de cerca por la contaminación (69%); la corrupción de los mandos policiacos (63%); la seguridad alimentaria (58%); cuidados de la salud (54%); calidad educativa (52%), trabajadores migrantes (38%); movilidad (33%) y hasta el servicio eléctrico, con un 31%. Aquí encontramos un catálogo más que aleccionador de lo que le preocupa a la sociedad y que también nos dice claramente en qué grado de desatención están estos problemas en la agenda propia que el gobierno se ha trazado. Pongamos un ejemplo: se nos dice que el problema del crimen se va resolviendo, que “vamos en la ruta correcta”, y esta demagogia crece exponencialmente en boca de los gobernadores. Pero la encuesta dice que al catalogar como primer problema del país precisamente el del crimen, la percepción es que esa ruta no es justamente la que está rindiendo frutos, y miles y miles de muertos por ejecución lo confirmarían.

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El actual gobierno federal se regodea por su prestigio internacional. La moneda para comprarlo es la realización de las reformas llamadas estructurales (energética, centralmente), que trazan una evidente pérdida de soberanía y la creación de un mundo de oportunidades para las grandes empresas corporativas globales que se soban las manos luego de las reformas constitucionales, que abren al país para que entregue sus recursos, despojando a la nación de sus derechos a disfrutar de esa riqueza para beneficio y satisfacción de los grandes problemas del país.

Son, a mi juicio, las que le dan ese “prestigio” y lo colocan en la portada del Time. Esto nos permite decir que la reputación que se ha ganado Enrique Peña Nieto es producto de la gran piñata a la que ha convocado a los más poderosos del planeta para que vengan a hacer del país su paraíso, al altísimo costo del despojo y la depredación. Pero no todo es miel sobre hojuelas para Peña Nieto: allende nuestras fronteras se tiene muy claro que pueden ir y venir reformas como las que recientemente se votaron de espaldas a los intereses nacionales. Pero hay dos temas que preocupan afuera y debieran preocupar más aquí adentro: es la corrupción política y su hermana que la solapa: la impunidad.

Mientras esto no cambie, la senda del país estará cargada de acechanzas por una clase política en descomposición, que sólo mira por sus intereses, por reproducirse en el poder, por sus negocios. Para ellos, los grandes intereses del país no son prioridad, y la mejor muestra es que muchos diputados y senadores –sin importar partido– levantaron la mano para aprobar todas las iniciativas presentadas por el Ejecutivo, y algunas elaboradas en agencias informales (los intereses de fuera que diseñaron las pautas legislativas), a cambio de unos milloncitos, o de plano pensando en la oportunidad de negocios que se abrían para ellos, al formar parte de futuras sociedades que pueden llegar a enriquecerse de manera astronómica con el saqueo de México. Por eso la Consulta que se promueve, la real consulta que tiene como materia la reforma energética, ha de ser la oportunidad para una lucha histórica que pueda marcar el porvenir del país. Perderla sería gravísimo y ganarla puede significar la orden de que los que están ahora al frente del Estado deben irse. En este sentido, las consultas propuestas por el PRI y por el PAN buscan bajar los términos de la participación hacia temas que no son los primordiales, y quiero decir que en lo particular podría coincidir con un rediseño del Congreso y absolutamente de acuerdo con que los salarios se aumenten, a contrapelo de que los panistas empresarios jamás han querido que éstos tengan un nivel realmente remunerador.

La encuesta que comento tiene un aspecto que llama la atención porque nos estaría diciendo, a través de la evaluación de prominentes políticos mexicanos, cómo andan las tendencias. Las tendencias para reemplazar, eventualmente, la conducción actual. En ese marco, la opinión desfavorable hacia López Obrador se cae al 61 por ciento y Ebrard le va a la zaga con un 57%; o dicho de otra manera, el primero tendría una opinión favorable en un 36% y el segundo un 23%. No lo dice así la encuesta, pero la derecha se habría caído con Peña Nieto a un 48% desfavorable, con un panzazo de 51% de aprobación, y Josefina Vázquez Mota (PAN) se desbarranca a un 68%. No deja de ser aleccionador que sólo un 47% tenga opinión desfavorable a un líder corrupto como Romero Deschamps y, por estar presa, el 81% condena a la abeja reina del Panal, Elba Esther Gordillo.

Somos una nación dividida. En el plano partidario la derecha vive en dos casas y les basta cruzar la calle para ponerse de acuerdo. PRI y PAN, sin ser lo mismo como propalan algunos, tienen más coincidencias que discrepancias. Me preocupa que la izquierda no repunte en aspectos esenciales: no acaba de tener en sus manos una alternativa que defina el rumbo del país, las batallas que hay que librar para llegar al destino deseado: desde luego un país altamente democrático, que sea palanca de un Estado que se aboque a brindar alternativas de igualdad y equidad en todos los órdenes. Sigue siendo válida aquella idea de Ignacio Ramírez, El Nigromante, que nos dice que el Estado tiene compromisos con los menesterosos, y estos, en México, son millones y millones, y mientras no haya para ellos opciones reales, no las va a haber para nadie. Quiero decir que si bien el discurso democrático está ligado indisolublemente a las vías pacíficas –para mí, imprescindibles– no son, a los ojos de muchos que nada tienen que perder, las que dan satisfacción a su impaciencia e impulsividad.

Se necesita un nuevo discurso en boca de la izquierda, y aunque aparentemente me estoy desviando de la parte medular de este texto, lo que pretendo decir es que no basta con que comprendamos la situación en la que nos encontramos, sino que hay que dar pasos para cambiarla, transformar esta realidad deplorable. En este sentido, es más que lamentable que con tal de replicar a Enrique Peña Nieto en materia de lo que es la corrupción, el importante líder Andrés Manuel López Obrador, nos diga que la corrupción política no es un gran problema cultural. Como si los 300 años de la Colonia y toda su herencia patrimonialista de los Habsburgo, que se hizo presente en el porfiriato, que se reprodujo con los primeros setenta años de PRI y los doce de panismo, no hubieran existido. Es no entender el abecé del por qué el 72% de los encuestados por Pew Research Center contestan que la corrupción de los líderes políticos encabeza, junto con el crimen, la lista de los principales problemas de México.