En unos días, quizás semanas, se nombrará presidenta o presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. La designación senatorial coincide con la inauguración de la administración de Claudia Sheinbaum Pardo y será clave porque marcará una pauta entorno a la compleja agenda de derechos humanos que mantiene el país en materia de violaciones recurrentes que ya parecen endémicas en país y que vienen de mucho tiempo atrás.
Se marcará una línea de continuismo o de ruptura, así sea esta caracterizada por tenues notas. Si la prudencia cabe en estos tiempos de gran estridencia política lo conveniente para todo mundo es que haya una meticulosa rendición de cuentas de lo que ha sido la CNDH y poner al frente de la misma a la persona que mejores dotes demuestre en la evaluación que debe preceder a la designación, teniendo como premisa ineludible lo que es la CNDH como aparato de Estado, que está en observación internacional.
He sido crítico y he cuestionado a la señora Rosario Piedra Ibarra que, a estas alturas del proceso de renovación, se ha inscrito para reelegirse. Obvio es decir que está en su derecho y que seguramente tiene la condición de lograr para un nuevo periodo.
Lo pertinente, más allá de la opinión que se pueda tener sobre la gestión actual es que en el futuro haya una auténtica rendición de cuentas que permita que todos podamos opinar o criticar a partir de estos rubros inobjetables. Ese es el deber ser, dejemos al tiempo la posibilidad de extraer las mejores conclusiones porque se trata de una institución fundamental en la vida de la república.
Personalmente sé por los medios del abultado número de pretendientes al cargo, lo que demuestra interés por la institución. Hay diversas ópticas que permiten hacer una evaluación de la coyuntura, no para recomendar ingenuamente a nadie, aparte de que en mi caso no poseo información suficiente.
Lo que sí me queda claro es que desde la visión del estado y del poder establecido lo óptimo sería que se continúe perfilando la autonomía completa del órgano con lo mejor de la filosofía jurídica y humanística que le ha dado aliento, no sin altibajos, en esto se verían vientos de rectificación.
Lo que quiero decir es que a la presidencia de la república le conviene un contrapeso de calidad, que le hable claro del estado actual de los derechos humanos y las agendas pendientes. Tener en la presidencia de la CNDH a una persona que juegue el papel de intendencia, perjudica gravemente al poder mismo y no creo que esto sea difícil de entender, faltaría una voluntad política renovadora para un nuevo curso.
En el largo proceso de acotamiento del poder presidencial, se ha recurrido a la construcción de órganos constitucionales autónomos no ha mucho desconocidos del constitucionalismo mexicano y esos órganos están amenazados de extinción y no es un buen mensaje para los ciudadanos.
Lo más delicado sería que sobrevenga una designación en la CNDH que se convierta en claro mensaje de lo que se quiere en relación a los organismos autónomos que puedan puedan sobrevivir.
En el caso de la CNDH valdrá y mucho el refrán de que “hechos son amores y no buenas razones”