Causó envidia entre la tropa lo bien cortado del traje que lució en estos días el secretario de Seguridad Pública, Gilberto Loya. Al parecer tiene mejores sastres que los generales nazis del mismísimo Hitler, que tanto lucen en las películas de la Segunda Guerra Mundial. Brillan sobre el azul marino las estrellas de siete picos y pulcro luce al lado de su gobernadora, de la cual parece, o es, su guardaespaldas.
Contrasta el acicalamiento de Loya frente al desastre que hay en seguridad. Desorden porque, bajita la voz, el personal a su servicio ya se muestra inconforme, no sólo por los malos tratos sino por la ausencia de efectividad en la función pública que tiene a su cargo. Algunos de sus subalternos ya están pensando en su renuncia y esa noticia no la toman en cuenta en el gobierno.
Parece que no entienden que el viejo refrán de que el hábito no hace al monje aplica en este caso, con un funcionario que prometió, antes de que se iniciara la actual administración, dedicarse afanosamente a la atención de su familia.
Lástima de ropa.