Generosos para bautizar, qué duda cabe. Llamaron a la jirafa con el nombre de “Benito”, es decir el bendito por Dios. Sólo palabras, términos y conceptos que sirven a la circunstancia, al placer momentáneo de algún poderoso para que el hombre se siga autovalorando como el “rey de la creación”, frasecilla vacía que si apreciamos de cerca, en realidad contiene una historia de depredación y violencia sin fin.
“Benito”, llegaste a Ciudad Juárez probablemente salvando una tramitología que te es ajena en tu propia y respetable naturaleza, y ahora no saben qué hacer contigo y a qué ilógico paraje te remitan, como un simple objeto. Dicen que el gobernador de Puebla te está esperando.
Vivías en África, en las sabanas de Chad, Sudáfrica, Níger o Somalia, por ejemplo, e hiciste escala en Sinaloa, y ahora te quieren dar de morada un lugar que se llama “Africam Safari”, que se encuentra en una ciudad que se afirma es de ángeles, seres que no existen como tú y que en un acto compulsivo te privaron del territorio que hace millones de años quedó reservado para tí.
Según la poco asertiva Real Academia Española, cuando se habla de “safari” se debe entender “caza mayor”, o business, dado que las excursiones fotográficas son un gran negocio, divorciado de lo que es la ciencia biológica. Entonces de bendito por Dios, “Benito”, serás objeto de un safari escenográfico, a miles de kilómetros de tu hábitat natural al que tienes absoluto derecho.
En todo este escándalo burocrático se pasa por alto la Declaración Universal de los Derechos de los Animales adoptada por la ONU y la UNESCO, a impulso de una generosa liga que los preconizó en la década de los setenta del siglo pasado. En esa declaración observamos esta norma: “Todo animal salvaje tiene derecho a vivir libre en su ambiente natural, terrestre, aéreo, acuático y a reproducirse”.
“Benito”, puede ser que te lleven a Puebla, pero seguirás en una condición deplorable, inigualable a los valles, con árboles gigantes, de donde un día te sacaron para solaz de los reyes del universo que ignoran que hace mucho las leyes de otros países dejaron de considerar a seres como tú, como “bienes muebles”, para reconocerte como un ser con sensibilidad, imperativamente ligado con la condición humana, cuando realmente lo es.
La triste noticia de “Benito” me recordó un artículo de Marguerite Duras en el periódico Le Matin de Paris que luego después se convirtió en parte de la antología Outside en el que comenta una célebre película sobre el gorila Koko. Ahí la notable escritora se pregunta: “¿Por qué cuando está ahí, este animal negro está más presente que cualquier humano, aunque fuera una estrella de taquilla?”.
Y la interrogante, cambiando lo que haya que cambiarle, cobra sentido inmediato entre nosotros: ¿Por qué “Benito” está más presente que nadie, aquí ahora? En primer lugar por el abuso de que es objeto, porque ha dado tema a los politiqueros, porque padece el azote de una burocracia lerda e insensible y, en tiempo de elecciones, porque el bendecido por Dios es más, mucho más, que los políticos a los que en las antípodas de la jirafa sólo podemos llamar como “malditos”.
Este suceso me hizo caer en la cuenta del significado de la frase de Heráclito: “la naturaleza tiene capacidad en ocultarse”. Y es cierto, se oculta porque el hombre la acecha.