Durante el mes de diciembre de cada año, y aprovechando las festividades de esta temporada, el poder público de todos los niveles toma decisiones muy trascendentes. Con esto quiero decir que impactan a toda la población, valiéndose de la desatención que se presta a los asuntos de gobierno y de la absoluta distracción de la sociedad en general.

Se votan en los congresos, sin mayor trámite, los presupuestos de egresos, las leyes de ingreso que fijan los impuestos. En otros rubros, se aprovecha la temporada para atender otras agendas. Por ejemplo, el gobierno federal pretende hacer modificaciones ante el Congreso de la república para terminar de militarizar la Guardia Nacional o discutir si los jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial son electos de manera directa mediante el voto universal, lo que sería, de consumarse, un verdadero golpe al sistema de contrapesos que debe existir entre los poderes.

El pan y circo de vieja data se sigue aprovechando para estrechar el número de quienes deciden, es decir, las cúpulas burocráticas, sin padecer presencia social alguna que les perturbe.

En otras palabras, el poder gubernamental demuestra su vigor cuando se pone de espaldas e impune al margen de la injerencia de los ciudadanos. Así, las fiestas guadalupanas, las posadas, los encendidos de árboles navideños, las pistas de hielo, le permiten a los gobernantes lucir y darse baños de pueblo, pero detrás están tomando decisiones sin consulta y sin posibilidad de cuestionamiento, así sea mínimo.

Dicho de otro modo, en este momento de crisis gobiernan a punto de fiestas y más fiestas, y en enero estaremos pagando todas y cada una de las consecuencias.