Un importante filósofo, hoy olvidado, dijo que no se piensa igual en un castillo que en una choza. Seguro estoy que se objetará que esa frase es un lugar común como para figurar en los anales de la filosofía. Pero no, y la historia se ha encargado de narrar que contiene una verdad muy contundente.
El Consejo Coordinador Empresarial realizó una cena de gala en Ciudad Juárez para galardonar al Empresario y Empresa del Año de este 2023. Invitaron como oficiante para una conferencia denominada “¿Qué nos jugamos en el 2024?”, a la famosa periodista Adela Micha.
No sé si estén pensando los empresarios que el próximo año ya no estarán celebrando esas cenas de gala, pero estoy seguro de que hoy les tiemblan las corvas y no saben qué hacer ni cómo acomodarse al porvenir de una república que hasta ahora ha estado en sus manos con un proyecto económico excluyente y altamente parasitario.
No creo, además, que se hayan hecho cargo de que Ciudad Juarez ha estado, y está, bajo los designios de cuatro o cinco familias que en sí mismas concentran un poderío económico y político inexplicable en una ciudad tan promisoria por su gente, pero en la ruindad por los clanes Zaragoza, Fuentes, Quevedo, De la Vega, por citar una cuarteta, pero no vayan a pensar que son muchas más.
Tengo la convicción de que esa casta empresarial en realidad no tiene interés en vislumbrar el futuro que viene, en términos económicos, porque han vivido y quieren seguir viviendo del privilegio, pero tampoco se quieren asomar por las vías del conocimiento hacia la comprensión de lo que pasa en derredor.
Adela Micha, quien fue a disertar a la cena de gala, que desde luego no la descalifico, no tiene la talla para abordar la temática en las dimensiones y hondura requeridas, tarea para la cual hay en el país, y fuera del mismo, mujeres y hombres que realmente podrían aportar sus luces, opiniones, perspectivas observadas. Pero no, eso podría trastornar de entrada los propios intereses de los organizadores de la gala.
Pero además provocar malas digestiones para viandas tan exquisitas como sugiere el menú: de entrada, ensalada de betabel ahumado; como plato principal, corazón de filete en salsa de jamaica al vino tinto; guarniciones, puré a la mantequilla, espárragos, tomate cherry, cubos de zanahoria y calabaza; y como postre, pera al vino tinto con hoja de oro de 24 kilates.
Las bebidas no pudieron faltar: palomas de tequila, toronja limón; elixir de tequila con licor de durazno y limón; un brebaje que llamaron “Pornstar Martini”, con mezcla de vodka, maracuyá y dash de vainilla; Bourboun Sour con limón y jarabe; New York Sour a base de bourboun, limón y extractos de uva; Old Fashioned, un mix de bourboun y extractos de naranja. Y tampoco faltaron los carajillos, a base de licor de café selecto.
Si a partir de aquí, o de este tipo de cenas de gala, los empresarios piensan que comprenderán más y mejor a nuestro país, están más que equivocados. Si quisieran encontrar una hoja de ruta –sin oro de 24 kilates por supuesto– o tener una carta de navegación, están, aparte de engreídos, profundamente equivocados.
En el evento lejos estuvieron de recordar la Última Cena, con o sin sus judas. Y es que no es lo mismo pensar en un castillo que en una choza. ¡Provecho!