A los 79 años de edad, murió Carlos Romero Deschamps, el cacique del sindicato petrolero mexicano. Fue y será uno de los grandes exponentes del charrismo sindical, pieza clave del poder priista durante décadas, “legislador”, pero sobre todo un hombre que se fue a la tumba con el trofeo de la impunidad más contundente de la que se pueda hablar.
Por sus manos pasó un poder que se traducía en financiamiento ilícito al PRI durante varios sexenios, tráfico de senadurías y diputaciones, complicidades corporativas, crímenes de diversa índole, saqueo de PEMEX, y arrogancia, porque siempre estuvo seguro de que, hiciera lo que hiciera, jamás le iba a pasar nada.
Como líder del sindicato petrolero, se prohijó en los tiempos de la dominación de Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, que a diferencia de él, sí fue a la cárcel, pero no para rendir cuentas de esa corrupta corporación que ha sido el sindicato petrolero, sino por una venganza política, por un ajuste de cuentas prototípico de las mafias.
Tan poderoso es el sindicato petrolero, por estar conexo a la principal empresa pública del país, que se convirtió en el basamento del poder autoritario del PRI. Pero no quedó ahí este despotismo ancestral, sino que fue disculpado a su tiempo por el presidente Fox, por Calderón, obviamente por Peña Nieto, y ahora por López Obrador, a pesar de que se comprometió a una lucha anticorrupción, que le afectó directamente, cuando ya tenía la camiseta de perredista. Recordemos que el Pemexgate, perfectamente documentado, pasó al proverbial archivo de la impunidad.
Como dije en mi mensaje matinal del día de hoy, como charro Deschamps partió, con sombrero de ala ancha, botas y espuelas, dejándole a la Cuatroté su reata como trofeo imperecedero de la inutilidad para combatir la corrupción, el corporativismo sindical y a los delincuentes del corte del ahora fallecido.