Dos corcholatas mostraron su belicosidad y oportunismo al reaccionar frente al fallo de la Suprema Corte de Justicia en relación a la Guardia Nacional, que regresa, en el marco del Estado de derecho y el funcionamiento de los contrapesos constitucionales, a la esfera civil de la república, de donde nunca debió salir.
Marcelo Ebrard, quien se ostenta como una versión socialdemócrata hacia el futuro, se pone en contra de la resolución de la Corte, aduciendo que la Guardia Nacional está presentando resultados, y que se debió preservar el estatuto lopezobradorista que se quiso introducir con calzador.
No es que cause extrañeza su reacción, ya en su autobiografía se presenta como un hombre pragmático y utilitarista, acostumbrado a hacer política desde adentro, y hoy por hoy necesita no contrariar a su presidente, pero lo ha hecho a un altísimo costo, degradando la cancillería, llevando la política exterior mexicana a un nivel bajuno, y ahora hasta antagonizando con la Corte, que es la única intérprete de la Constitución.
Claro que él no podrá decir que la ministra presidenta viene del conservadurismo y de los viejos tiempos del PRI, porque esa fábula habla de él. Lo que sí está claro es que socialdemocracia y militarismo son excluyentes. Pero en este caso, todo sea por el amor al poder y al dedo que lo encarna.
A su vez, el encargado de la política interior, se ha convertido en un factor de ingobernabilidad al actuar como el garrote o la macana de López Obrador. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López, se conduce como jefe de una pandilla que ante situaciones adversas opta por retar y amenazar. Todos sabemos que lo hace porque es el Plan B presidencial de López Obrador, aunque sepa de antemano que jamás ganará la Presidencia de la república, porque sus actitudes y su imagen son las del más arcaico PRI imaginable.
Los secretarios de estado están divorciados de su función pública y constitucional, e inmersos en la cortesanía para que hasta sus gestos y muecas le caigan bien al hombre de Macuspana, ya saben quién.
Entre tanto, a Claudia Sheinbaum no se le mueve ni la cola de caballo.