Con olor a tinta fresca, el reciente libro de entrevistas de Jesús Vargas, Antonio Becerra Gaytán, una vida en la insurgencia, ya circula en librerías de Chihuahua y la Ciudad de México. Es la primera entrega de una serie denominada Testimonios de la Razón donde se recrea y documenta la historia de un hombre de izquierda en la vida pública. Es un texto valioso porque se trata del testimonio directo del distinguido personaje.
Este libro lo prologué con unos apuntes, también producto de mi conocimiento directo de la vida y obra del profesor Becerra Gaytán. Se los comparto, íntegro, con el afán de animar su lectura e invitarlos a la presentación del libro, que tendrá lugar el próximo martes 18 de abril en la ciudad de Chihuahua, en el Centro Cultural El Naranjo Azul, ubicado en la Calle Cuarta número 2907, de la colonia Santa Rosa. Ojalá asistan.
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Hablar de Antonio Becerra Gaytán (ABG) en Chihuahua es compendiar más de cincuenta años de vida pública. Pero hay más, mucho más. Su brillante personalidad ofrece las múltiples aristas de un hombre de su tiempo, básicamente la segunda mitad del siglo XX y de las décadas de la incierta centuria que corre vertiginosa.
En el personaje se unen el hombre fuerte y recio con el ejercicio de la flexibilidad, el alegre maestro formador de generaciones desgranadas por todas partes y las simpatías personales que esto le prodigan, el militante que, probablemente sin ser consciente del todo, sintetizó las antinomias del viejo liberalismo con la luminosidad de la aurora socialista que al final no fue; el pertinaz cazador que renunció a las prácticas cinegéticas cuando sintió el llamado de lo vivo; su profunda diversidad y la ya obligada conservación, el que privilegió la militancia con el dolor del sacrificio a las amistades; el líder partidario que en la aspereza de los antagonismos, buscó asomar incomprendido por otras ventanas. Tuvo la vivencia de lo militar por sus relaciones familiares. Todos estos son rasgos propios de un escéptico al natural.
Supo trabar amistades con la pericia similar para ganar a militantes, encontrando en esto no siempre un saldo favorable. Su voz grave estremeció a Chihuahua en medio de la plaza pública, cuando expuso que el amor por los demás no puede ser neutral, cuando va de por medio el crimen político que genera, digámoslo así, rencor del bueno. Ni la galanura, ni el deporte, ni el buen beber y comer le fueron extraños. Y cuando otros leían al “oscuro” Marx, a Lenin o a Gramsci, él se deleitaba con las novelas costumbristas del México posrevolucionario, de donde sacaba chispas para comunicar con la gente de los barrios pobres, ejidos y organizaciones obreras.
Orador al natural como pocos, ocupó tribunas sencillas y algunas de talla mayor en parlamentos, congresos, partidos y movimientos populares. Viajero en Chihuahua en su geografía difícil, también caminó por muchas veredas de México y el mundo. Su retrato es de difícil confección, quizás propio de un pincel diestro en el cubismo. Para fortuna de todos, con el libro que tienes en tus manos te podrás enterar de la vida y la larga errancia de este hombre por su propia palabra, que llega, oportuno, como rico testimonio para reconstruir la historia contemporánea de nosotros y que hemos de abonar al tesón de Jesús Vargas Valdez que, quizás, por su etapa de ausencia en la propia tierra en horas esenciales, se empeña en que los actores hablen a través de sus acertados cuestionamientos.
La primera vez que escuché el nombre de ABG fue a inicios de 1964, y por ocupar la representación estudiantil en la secundaria de mi natal Camargo. Fue en un interrogatorio político y policiaco. “No lo conocía”, fue mi veraz respuesta. Pero decidí conocerlo tan pronto como pude al ingresar en la Escuela Preparatoria de la Universidad de Chihuahua. Se inició entonces una fecunda relación, no exenta de tensiones y contradicciones, pero siempre afable y constructiva en términos de mi formación intelectual y revolucionaria. Él recomendaba lecturas y yo las emprendía, en ocasiones de manera febril. Marxismo, leninismo, y un volumen enorme –así me parece cada vez que veo mi archivo– de textos de autores nacionales publicados en la prensa del Partido Comunista Mexicano (PCM), en especial sus revistas Nueva Época, Historia y Sociedad, y el infaltable periódico La Voz de México.
Milité por él en el PCM y después en el PRD, coparticipando en los movimientos sociales de fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. Con su mediación conocí a hombres y mujeres extraordinarios, como José Viezcas, Félix Guzmán, Reynaldo Rosas, Martha De los Ríos Merino, entre muchas otras a las que debo gratitud imperecedera. No me cabe duda que ABG ha sembrado mucho a lo largo de su vida para que podamos arribar a un mundo y un México más justo y democrático.
En estas breves notas me intereso por consignar tres o cuatro hechos singulares en la personalidad de ABG. En primer lugar tiene eso que algunos llaman “carisma”, una capacidad para atraer o fascinar a los otros y que a él se le dio de manera innata. Era magnético, congregaba de manera sencilla y sin afectaciones. Algunos dirán que por su pedagogía, didáctica o capacidad docente, lo que sea, pero una cosa no debemos perder de vista a la luz de su tiempo, teniendo a la vista los contrastes: cuando los comunistas, socialistas o revolucionarios eran solemnes, huraños, marginales, encerrados en sus verdades rotundas alimentadas en el dogma inamovible, él con su sonrisa y su conversación actuaba como el líder que une, que sabe estar a la vez en varios mundos, que se le convirtieron en la atalaya que le daba horizontes mayores para la lucha que lo animó desde su juventud. En nuestra tierra no tiene paralelo dentro de la izquierda con otros que antes, coetáneos o posteriores, ocuparon un sitial en las luchas sociales y políticas como conductor o líder.
Le sigue su dimensión: es el político de la izquierda chihuahuense que mejor se imbricó en relaciones nacionales e internacionales. Lejos está de ser un “líder regional”, aún en la mejor acepción de este término. Congresista activo en el PCM, formó desde muy temprano parte de su comité central, y a su tiempo fue fundador del PSUM, el PMS, el PRD, y hoy está en MORENA. Fue fundador e integrante de la primera fracción parlamentaria de raíz socialista y de izquierda ante la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, a finales de los años setenta y bajo la dirección de Arnoldo Martínez Verdugo y la presencia de Valentín Campa Salazar. Dialogó en esos escenarios lo mismo con políticos que con artistas de talla, y tenía por práctica la generosidad de compartir, las más de las veces de manera habitual en su tierra, lo que sólo se enhebra oralmente en un fecundo trajín del día a día en esos ambientes de cálida conversación, que muchas veces da más que una página fría, por bien escrita que esté.
ABG tuvo la experiencia, extraordinaria, de ser parte integrante de una comisión del PCM ante el Partido Comunista de la Unión Soviética, concretamente ante su dictador intelectual, el gélido Mijaíl Súslov, para explicar el porqué del rechazo de los comunistas mexicanos a la intervención del Pacto de Varsovia contra la Primavera de Praga, encabezada por Alexander Dubcek en el histórico año de 1968. Los comunistas nacionales defendieron el socialismo con rostro humano y dijeron en Moscú que su postura era “justa”, y la respuesta que recibieron fue: “la nuestra es la marxista”. Tiempo de nomenclaturas, gerontocracias, burocracias fosilizadas, decadencia, de ceguera que lastimosamente se prolonga hasta la Ucrania de hoy.
En sus viajes por el “mundo socialista”, pudo advertir lo que ahora está claro en más de un sentido. Cuando Gorbachov llegó al pináculo del poder, ABG supo que estaba pronto por escribirse un colofón que sintetizo así: entre la realidad y la utopía, no se favoreció a esta última, y entonces, para ABG se abrió la ruta democrática como la convicción más fuerte, que lo llevó a ser candidato a la gubernatura de Chihuahua en 1986, y fue tan audaz que disputó por la candidatura presidencial en 1988, el inequívoco momento de quiebre del viejo autoritarismo mexicano. Luchar por la democracia tenía más filo que abogar por la dictadura del proletariado. Vivir todos los días en medio de estos contrastes fue su fortaleza y su debilidad, seguramente como nos pasó a muchos en esa breve etapa.
Desde antes de ese tiempo, un hombre con esa complexión muy pronto se puso en la mira de la represión y por eso fue víctima de una desaparición forzada en octubre de 1969, de la que el pueblo de Chihuahua no sólo lo recuperó para regresarlo a la libertad y reinstalarlo en la vida social, sino que le salvó la vida misma. En ese momento un hecho de ese tamaño era sinónimo de muerte inevitable.
Siempre tendré como timbre de orgullo haber luchado contra esa barbarie en los tiempos del presidente Gustavo Díaz Ordaz y del atrabiliario gobernador Óscar Flores Sánchez, cuando en unos cuantos y brillantes días de gesta cívica, al lado de Reynaldo Rosas Domínguez y Sergio Granados Pineda, sin descanso y en jornadas de veinte horas diarias, vertebramos un movimiento social de rescate que trajo de nuevo a la ciudad de Chihuahua al ciudadano Toño Becerra. Entonces como ahora, queríamos que la dignidad de un revolucionario, un opositor, un demócrata que resiste, no fuera vulnerado por el poder; sosteníamos que liberarlo, darle un aliento de vida, era la base y premisa para que no se tocara a nadie. Con él lo logramos, lamentablemente en otros casos no sucedió lo mismo, y como se sabe se perdieron muchas vidas. El ejemplo está vivo en la historia y es un caso casi único por el tiempo de la Guerra Fría, y del cavernícola anticomunismo en que se dio. Fue posible esa hazaña en buena medida porque ABG había echado raíces fuertes en su pueblo, que lo respetaba y quería. Llega hasta hoy y lo hemos visto envejecer, pero siempre vital.
Dos notas finales. ABG ha sido galardonado en vida como ciudadano distinguido en Leningrado, de la extinta URSS, ciudad hoy rebautizada como San Petersburgo. Ese lugar emblemático de Rusia en octubre de 1917 de alguna manera ahora no existe por el derrumbe del mundo socialista en 1989, que fue abrumador cuan inevitable. Los ecos de ese galardón explican porqué también estuvo cuando se disolvió el mundo comunista de los mexicanos al cantar por última vez La Internacional, el histórico himno; lo que no significó, de ninguna manera, que el anhelo de los pobres del mundo haya sido abandonado como objetivo y haz de derechos que se buscan aún con denuedo. ¡Toda una fatiga de la historia! Atrás quedó eso, pero ABG llega hasta ahora como un ciudadano de izquierda, de una izquierda a la que México le debe mucho en la construcción para un futuro democrático, visto por Juárez como el destino de la humanidad, que tiene en la libertad su arma indestructible.
Con la alegría de vida que produce recordar que un día fui amigo, colaborador y compañero de batallas de ABG, personaje al que considero como un hombre de real vocación política, no me resta sino recomendarles que lean este libro, cargado de lecciones, y no es poca cosa, además, que sea un texto agradable.