En el arduo camino hacia la candidatura presidencial, Marcelo Ebrard publicó recientemente un libro con el propósito de comunicar, de manera expresa y con precisión, que quiere ser presidente de México de 2024 al 2030, y que quiere llegar a esa cima del poder desde la plataforma de MORENA.

Siempre es de agradecerse que los políticos digan lo que quieren, sus ambiciones. Con Gramsci, desde hace mucho tiempo, creo más en los que dicen abiertamente tener esas pretensiones que quienes las niegan, mintiendo deliberadamente.

Esta clase de libros se han venido instalando como práctica en las democracias avanzadas, donde los líderes, a través de escritores fantasma, los producen con títulos altamente efectistas. Atendiendo a eso, es que estos textos siempre se han de ver con escepticismo y riguroso beneficio de inventario, porque nunca sabremos hasta dónde plantean con sinceridad y compromiso los objetivos que buscarían, de llegar al poder, y hasta dónde es simple mercadotecnia política, o una variante de lo que conocemos vulgarmente como “publirreportaje”, que es a lo que se dedica la colaboradora de Marcelo en este caso, la editora argentina Bárbara Anderson.

Sea lo que sea, no demerito ni el esfuerzo ni la publicación del libro de Ebrard. Simplemente lo considero, hasta ahora, parte de un propósito de alcanzar la Presidencia de la república, y en su caso, instrumento de contraste para el futuro, entre las palabras y los hechos que se pretenden, prefigurando un porvenir diferente.

Ebrard recurre a una semblanza autobiográfica: no se excede en vanidades, pero sí da a conocer desde su trayectoria inicial su afición por la política, particularmente la que se hace desde los instrumentos que brinda el poder.

Desde 2012, cuando aspiró a la candidatura presidencial por el PRD, en competencia con Andrés Manuel López Obrador, quien las tenía todas consigo, se ha advertido que el hoy canciller mexicano hace de la modernización una bandera, que busca el apoyo de las clases medias, hoy despreciadas, y que persigue la instauración de un estado del bienestar bajo un perfil socialdemócrata, que no tiene historia concreta en el país.

Hasta ahora eso han sido palabras. En 2012, cuando en realidad no tenía posibilidades partidarias, optó por reconocer una encuesta que favoreció a López Obrador, y discreto se hizo a un lado, retirándose una larga temporada de la escena pública, a la que regresó cuando ya era inocultable que el entonces candidato tenía un camino pavimentado hacia el poder. Esto confirma lo que el mismo Marcelo dice en varias partes de su obra: estar en las instituciones, con poder, y desde ahí producir los resultados, alimentados en convicciones de tipo político. Nada que no se haya planteado teóricamente en el pasado. Se trata de hacer política desde adentro, y el libro abunda en ese tipo de referencias, explícita o implícitamente.

No me queda duda de que el libro, es decir, sus ideas, rompe en más de un sentido con los dogmas del lopezobradorismo. Basta y sobra que no le apuesta a la polarización y, mucho menos, como es lógico e históricamente demostrado en la política mexicana, que no sería Ebrard, de ser presidente, el dócil lacayo del actual mandatario. Además, no creo que ninguno que figura en la ruta de la sucesión, estaría dispuesto a eso, exclusión hecha a Adán Augusto López.

Estoy convencido de que a Andrés Manuel López Obrador el libro de Ebrard no lo conmoverá de ninguna manera, y además dudo que lo lea. Al contrario, tendrá más motivos para descartarlo.

López Obrador, a no dudar, elegirá a su candidato a sucederlo. Hoy se habla de que la señora Sheinbaum las tiene todas consigo, pero ya ven que la proclividad a prolongarse, que padecen los hombres carismáticos y providencialistas, siempre se continúan con mediocres, y si son paisanos, mejor.

El libro de Ebrard, pasados 50 o 75 años, será una nota al pie de página de algún Daniel Cosío Villegas. Para el que esto escribe, la sucesión es incierta; puede derivar en decisiones que superen al gran elector, y entre ellas está el mundo de la globalidad imperial, que puede ver en Marcelo una posibilidad de rectificar, precisamente el camino de México, que dicho sea de paso, así se llama el libro.