En estos días la sociedad chihuahuense estará atormentada a cada instante por la difusión del primer informe de gobierno de María Eugenia Campos Galván. El derroche en el gasto mediático es exuberante, podríamos decir que nunca antes intentado por gobierno alguno.
Es la forma de subsidiar a los grandes medios de información para que de manera pertinaz persuadan a la sociedad de un buen gobierno inexistente, maquillado en la persona misma de la gobernadora, que cuida meticulosamente aparecer como una veinteañera.
No importan las instituciones, el Congreso ha dejado de ser el ente ante el cual se rinden cuentas, se audita y fiscaliza. Ahora los informes de gobierno tienen ese toque de apariencia y falso contacto con los ciudadanos. Ellos están inscritos en la era de los “likes” en lugar de someterse al escrutinio de la sociedad, con la mediación real de las otras instituciones que sólo simuladamente existen.
María Eugenia Campos Galván llega, luego de un año y medio de ocupar el Ejecutivo, con las manos vacías, con un esquema de polarización con el corralismo, que poco tiene que envidiarle al que hay en la república entera. En el plano económico vivimos del engaño de que podemos hacer compra-ventas a través de plataformas de internet mediante la gestión gubernamental, que realmente nada tiene que ver en todo esto.
Es un gobierno divorciado de la sociedad, sumido en la corrupción de la Torre Centinela, con sacudimientos como el que produjo la evasión en el Cereso 3 de Ciudad Juárez, que trajo desolación y muerte y que mostró que la inseguridad es la gran deuda de esta administración, tangible en la sierra como en las zonas urbanas. De aquí que podemos preguntar, ¿de qué se ríe, señora gobernadora?
Además, es un gobierno de nuevo nepotismo, pues Campos Galván aparece muy sonriente y de manera permanente al lado de su mamá, directora del DIF estatal, y de favoritos como Luis Serrato, quien ocupa un cargo de novísima invención, cuan inútil, y que ejerce el dominio en la corte maruquista.
Una cosa llama la atención en este día, aparte de las reflexiones sobre el amor y desamor de la gobernadora, a lo que no me voy a referir porque es de su ámbito estrictamente privado. Pero algo que tiene que ver, si hablamos con largueza, es que la gobernadora dice que los alcaldes “no deben ser tratados como niños chiquitos”, lo que riñe con el trato que suele dar a su ahijado político, Marco Bonilla, alcalde de la ciudad de Chihuahua, a quien la titular del Ejecutivo metió en menudo lío con la puesta en escena de La golondrina y su príncipe.
Por encima de todo, Maru Campos debe entender que Chihuahua requiere mucho más que su sonrisa tatuada en el rostro, con la que pretende estetizar la política local.