A pesar de que la estatua de Antonio de Deza y Ulloa, el colonizador de la Nueva Vizcaya, apunta muy claramente el “aquí” en nuestra Plaza de Armas, Maru Campos no asistió a conmemorar el desvencijado Día de la Raza al que se adosan otros dos sucesos: la llegada de Benito Juárez en su peregrinar republicano y el aniversario de la fundación de San Felipe El Real.
Como no hubo explicación oficial sobre su ausencia, es Sabel conjeturar acerca de varias hipótesis, que para estar a tono con la Cuatroté, se ha hecho ferviente fanática de los pueblos prehispánicos, lo que se pone en duda en virtud de su filiación hispanófila que mamó en casa.
Otra es que haya leído las demostraciones de que las razas no existen. La descarto porque no creo que tenga tiempo de estudiar tan sofisticados temas.
Que desprecie al marino genovés que fundó el colonialismo –de ahí su nombre–, tampoco me parece viable como explicación.
Creo que lo que está en el fondo es una de estas dos cosas: que arregla sus maletas para irse a Washington y admirar el encantador otoño a orillas del Potomac, o que al igual que Corral lo hizo en tiempos de la alcaldía de Maru, ella ya se enceló de la sombra, voluntaria e involuntaria, que ahora le hace Marco Bonilla. Una u otra. O las dos.
La regla es que hubiese asistido, ya que protocolos son protocolos.
Por lo pronto, las otras cabezas del poder bajaron de nivel el evento y enviaron a sus personeros.
Lo que es la espuma de las olas. En realidad, nada ha pasado.