Hacer que las personas se den cuenta
del carácter injusto del trato de la sociedad,
es el primer paso para el progreso social”.

Martha Nussbaum

Una noche invernal de marzo de 1974 recibí una extraña invitación de un médico y académico de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Pasaba el movimiento estudiantil por un adverso momento, vecino de una derrota ineluctable.

Nos reunimos en su automóvil en algún rincón del antiguo campus y conversamos largamente. Me guardo el nombre porque hace años que murió y no podría ser testigo de esta noticia. No escondo, en cambio, la parte esencial del intercambio de opiniones que cruzamos.

Como profesional me advirtió que estábamos en fase terminal y que más temprano que tarde nos aplastaría un tinglado tan sólido que semejaba al mejor hormigón: Luis Echeverría, Óscar Flores Sánchez y Óscar Ornelas eran la poderosa alianza que impediría la existencia de una universidad democrática, popular, científica y crítica.

Me exhortó a que nos preparáramos para salir lo mejor librados, y su consejo fue que esperáramos porque el transcurso del tiempo –casi un fatalidad– se encargaría de poner a cada quien en su lugar, y que la clase política que tomaría la UACh como botín se iba a podrir y sus integrantes se devorarían entre ellos.

Como toda profecía, no se ha cumplido en sus términos, o ha retrasado su llegada, y a casi cincuenta años de aquella conversación lo que hoy puedo advertir es que la UACh está en su vórtice, que un viento hecho remolino devastador todo lo levanta; pero lamentablemente en las alturas de la clase política, porque el universitario de abajo, de la base que le da esencia, no aparece por ningún lado.

Estudiantes y maestros duermen cuando su casa se incendia y cuando más se necesita que ocupen la arena que les correspondería si elevaran la mira, y en unidad de propósitos dieran nuevo curso a una universidad que cada día que pasa claudica de su misión más trascendente, que hoy sólo está declarada en el papel y que se pudre en el gran miedo que genera el tocar los intereses mezquinos de quienes ejercen el control político en calidad de mafia, que no quita ni sus ojos ni sus manos de una materialidad ruin y devastadora.

La UACh lleva medio siglo convertida en hospital de inválidos y refugio de la mediocridad. Tiene entre sus baldones que dos de sus rectores, a su tiempo, fueron a parar a la Penitenciaría por malos manejos financieros. El que fuera hombre fuerte de César Duarte en la rectoría, condenó de la mano de todos los rectores del estado el movimiento anticorrupción de Unión Ciudadana con un propósito amenazante e intimidatorio.

En el pasado inmediato, el fracaso e improvisaciones demuestran que al PAN, partido que estuvo ayer y hoy en el poder, no le interesa la educación como un proyecto público favorable a los intereses universales de la sociedad, al igual que al gobierno de María Eugenia Campos Galván, que es el responsable de la crisis actual, crisis derivada de un proyecto político de poder faccioso, ultraconservador y de derecha política recalcitrante; y al parecer, la UACh estaría dispuesta a toda postración, porque el estudiantado no se hace presente ni reclama absolutamente nada, y los maestros están sujetos a los duros flejes del control político de los directores corruptos.

Hoy tiene pertinencia una pregunta que es dolorosa: ¿A quién sirve una universidad encorsetada en esos moldes? Sólo al poder establecido y a una dominación empresarial que apuesta por sus entes privados de educación superior y que para nada toma en cuenta el sentido de lo público en esta materia.

La injerencia del gobierno estatal es tal que la universidad está hoy a merced de las amistades de la madre de la gobernadora y en las ansias de esta por colocar a la panista Georgina Bujanda en una secretaría general de la universidad para que construya un férreo control panista dentro de la misma. En esa misma línea se da la extraña intervención del yunquista Luis Serrato, que no conoce Chihuahua, ni la historia de la UACh, ni se conduce con responsabilidad alguna, como los favoritos que acostumbraban tener los reyes absolutos de España.

Tuvo razón aquel médico. Hoy se da esa descomposición, y ese fermento de pasado es inocultable. Se devoran por el poder y los privilegios. Empero, la que sufre es la sociedad, que no se siente acompañada por una universidad que en sus orígenes, paradójicamente, en una época de esplendor del autoritarismo priista, alentó ideales superiores de alto calado.

Los liberales que en su momento construyeron la universidad, tuvieron un aliento generoso, empezando por su primer rector, el doctor Ignacio González Estavillo, hombre culto, universalista, progresivo y tolerante, de los que anteponían los ideales superiores a los intereses creados y mezquinos.

La autonomía nominal de la UACh ha permitido hoy que las decisiones, que sólo corresponden a los universitarios, se tomen en un juzgado federal; y en tanto, estamos presenciando la danza de rectores que salen y entran a contentillo de la indebida injerencia gubernamental.

Como se sabe, hay una suspensión definitiva concedida en un juicio de amparo que impidió la toma de protesta del rector electo, Luis Rivera Campos, y me ha sorprendido que se propale que él va a ejecutar actos como el de integrar un equipo que lo represente durante la tramitación del juicio de garantías, lo que sería un desacato muy costoso para la universidad misma.

Tanto la clase política priista como panista, en vergonzoso maridaje, no quieren un nuevo curso para la UACh, le temen a la libertad y por eso son los perennes artífices de la servidumbre del pensamiento crítico y abierto al tiempo.

Chihuahua ha de tomar conciencia del trato que el poder da a la universidad, y por ende a la sociedad. Cuando esto suceda, realmente nos pondremos en ruta hacia un progreso que ha sido regateado durante medio siglo y que hoy reflexiono a la luz de las observaciones de aquel médico.

El tiempo, en efecto, ha puesto a cada quien en su lugar. Y es lamentable que únicamente represente una victoria moral sin existencia cívica.